Nona Fernández, escritora: “La sociedad chilena tiene un mal muy extraño, se da permiso para recordar cada 10 años”

La actriz, dramaturga y escritora nacional acaba de reeditar Fuenzalida, su tercera novela, en el marco de los 50 años de golpe de Estado. En charla con Culto, revisa el libro, que la conectó con el mundo de las teleseries y el de las artes marciales. Además, se refiere al proceso constituyente, y al tema de la memoria.


Una curiosidad infantil de su pequeño hijo fue lo que le disparó una idea a Nona Fernández Silanes. “Me preguntó por su abuelo -recuerda la misma autora en diálogo con Culto, vía Zoom-. Él veía que dentro de la constelación familiar faltaba un abuelo materno y cuando me preguntó por él, yo no tuve respuesta, no supe bien que contestarle. A partir de eso, me di cuenta que ahí había un vacío enorme que yo no había asumido, por lo menos en el relato para él”.

En rigor, la situación del padre de Nona nunca estuvo muy clara. “En este minuto, no le dije nada. Sabía que mi padre había muerto, pero no sabía bien de qué, ni por qué, ni hace cuánto. No tenía como un relato claro, ni yo misma, ni mucho menos para mi hijo. Entonces si no existía una historia por lo menos había que inventarla, ¿no?”.

Y esa ficción tuvo un nombre, se llamó Fuenzalida. Publicada en 2012 fue la tercera novela de la trayectoria de Fernández. Por entonces, la actriz, dramaturga y escritora ya llevaba publicadas un par de novelas: Mapocho (2002) y Avenida Diez de Julio (2007), además del volumen de cuentos El cielo (2000). Hoy, el volumen vuelve a los escaparates nacionales reeditada por Random House.

Fuenzalida navega por dos orillas, a veces el bote se va hacia lo autobiográfico, y en otras, ficción pura. Respecto a lo primero, hay una referencia al mundo de las teleseries, puesto que Nona Fernández fue guionista en teleseries nacionales. Participó en los elencos creativos de 16 (2003), Los treinta (2005) y El laberinto de Alicia (2011).

“La protagonista de esta novela es una escritora de culebrones. Y ella decide completar la historia para su hijo, escribiendo un culebrón. En ese código. Escribe un culebrón a partir del vacío”.

¿Cuál era tu relación con las teleseries?

Durante mucho tiempo fueron mi manera de sobrevivir, uno de mis trabajos y también fueron una manera muy gozosa de ejercer la escritura. Es un espacio muy industrial, muy comercial, pero que también me parece interesante. El culebrón es un espacio súper popular, muy para la gente, ¿no? Es un género profundamente latinoamericano, inventado aquí, y la televisión chilena tiene sus propias reglas. No obedece al culebrón clásico de Centroamérica o México.

El personaje Fuenzalida tiene una particularidad, es maestro de artes marciales. ¿Por qué lo construiste así?

Mi padre era un artista marcial, eso es real, concreto. Tal como la protagonista de la novela es esta señora que escribe culebrones. Entonces, hay todo un imaginario en el cual yo fui criada. Era un lugar de alta conexión con el anime, me entretenía mucho esa faceta. Recuerdo que cuando yo era muy niña iba a ver todas las películas de artes marciales, era una fanática de Bruce Lee sigo -lo sigo siendo- y es como una herencia que tengo de mi padre. Entonces para para poder escribir este libro yo recopilé las pocas herencias y huellas que tenía de él, y una de ellas era esta.

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Tal como en Mapocho y Avenida Diez de Julio acá el tema central fue el de la memoria...

Claro, una vez más este libro trabaja el tema de la memoria, pero desde otro lugar, sin duda. Es una memoria que se va reestructurando a partir de residuos, ¿no? De los desperdicios, de basurita que va quedando. Como la misma foto de su padre que la protagonista encuentra en la basura. Más que nada, Fuenzalida es una reflexión sobre eso. Es una historia que va contándose a retazos en capítulos sueltos, separados, mezcla tiempos, mezcla realidades, mezcla las ficciones.

¿Qué fue lo más complejo del proceso de escritura?

(Piensa) Toda novela, todo libro, tiene un trasfondo personal. Es así. No existe el libro que no sea escrito desde este lugar. Pero cuando partí este libro, tenía la idea de hacer una novela que fuera a la cacería de mi propio padre. De pronto, me di cuenta que la pequeña historia -que era mi historia- era muy pequeñita, muy íntima, muy ensimismada como para poder generar una ofrenda a la plaza pública. Entonces, ahí llegó la ficción a completar y poder darle a esta historia mayor profundidad, mayor densidad, mayor despliegue, mayor apertura también. Esa fue la principal dificultad con la que me topé. Mi propia historia era muy mediocre como para poder estructurar un libro.

Hablemos de teatro. Hace poco volviste a presentar El Taller, y hace no tanto Space Invaders, ¿cómo ha sido para ti reencontrarte con esas obras?

Ha sido interesante, porque también dialoga con esta reedición de Fuenzalida. Pasa que tenemos un mal. La sociedad chilena tiene un mal muy extraño y es que se da permiso para recordar cada 10 años. Recordar nuestro pasado reciente, el trauma del golpe militar como si no estuviera suficientemente presente en cada uno de los días que vivenciamos. Yo soy un poco obsesionada con estos temas y los he ido trabajando durante toda mi vida. Como escritora, como creadora. Entonces desbordo las conmemoraciones. Pero este año son los 50 años del golpe, me pidieron volver a montar esas obras, se reedita esta novela, y es como que hubiese estado trabajando en pos de la conmemoración de los 50 años. Pero no. En rigor, el trabajo de la memoria y el trabajo de la escritura que va sintonizando estos temas, desborda las conmemoraciones, no tiene que ver con las conmemoraciones, que es como yo creo que debieran ser las políticas del recuerdo. No cada 10 años, sino que diariamente trabajar para eso. Y claro, de pronto fue como un paquete: un paquete teatral y un paquete literario, pero ambos sobre un trabajo que ya estaba hecho desde hace tiempo.

Bueno, ambas reaparecen de tanto en tanto en la cartelera teatral...

La verdad es que reencontrarme con ambas obras fue súper emotivo. Y es bonito ver cómo las obras se escapan de una. En el caso de El taller han sido 11 años que la hemos estado montando casi constantemente. Y cada vez la entrega es distinta, la recepción es distinta y se escapa de mí que soy la dramaturgia y la gestora. Es bonito ver cómo son obras que son del público, y hacen con ellas lo que quieren.

En otro ámbito, ¿cómo has vivido el nuevo proceso constituyente?

Para las personas que hemos empujado y soñado desde siempre con transformaciones un poquito más radicales para la sociedad chilena, son momentos depresivos, porque lo que estamos viviendo es casi como una revancha del proceso constituyente anterior. Además que estamos viviendo un especie de gaslighting en relación al estallido social, como que no existió, no ocurrió. Que fue exclusivamente una horda de vándalos que salieron a la calle, de criminales que querían quemarlo todo. Incluso Piñera está enarbolando un discurso fantasioso en relación a un golpe de estado, cuando nadie quiso tomarse el gobierno. Para un golpe de estado tú tienes que tener por lo menos una fuerza que quiera tomarse el gobierno, y nada de eso existió. Como suele ocurrir en este país, se están tomando los relatos. Están comenzando a circular relatos que son falsos, están invisibilizando nuevamente las cosas como fueron. Y la guinda de la torta es un gobierno que está completamente cercado y un proceso constituyente que está siendo redactado por una derecha reaccionaria y cavernaria. Hemos querido cambiar la constitución de Pinochet y la están escribiendo los hijos de Pinochet. Es una broma perversa y por supuesto, es tremendamente deprimente el contexto en el que estamos.

Retomando lo artístico, ¿Qué proyectos vienen?

A corto plazo, vamos a sacar con Historiográfica -que es una editorial pequeñita y muy interesante para quienes les gusta la historia- un pequeño texto mío que se llama Cómo recordar la sed. Una especie de ensayo, esto va a salir dentro de muy poquito también dentro de esta línea conmemorativa de los 50 años. Y estoy preparando para el próximo año una versión teatral de Voyager, en la que ya estamos empezando a trabajar con la compañía.

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