Columna de Marisol García: Más acá y allá de Drexler

Alfredo Zitarrosa

A los cantautores uruguayos se les asocian conceptos diversos —algunos, curiosos— (reflexivos, comprometidos, poéticos, “templadistas”), pero lo que resulta indiscutible es su relevancia y carácter, incluso a escala hispanoamericana. Un país de actuales 3,4 millones de habitantes marcó la segunda mitad del siglo XX con al menos un par de voces hasta hoy libres de óxido, distinguibles en su impronta más allá del cauce musical al que alimentaron.



Más allá de sus grandes figuras y de su cancionero canónico, nos gusta creer que la cantautoría de cada país carga una marca de identidad propia, una esencia distinguible como tal. Son ideas que circulan entre investigadores y aficionados: la canción de Chile es triste; la de Portugal, nostálgica; la francesa, sentimentalmente arrojada; y así. Simplificaciones, claro, pero de todos modos atendibles como rasgos elocuentes para acercarse a una cultura a través de aquello que su gente elige compartir y cantar.

A los cantautores uruguayos se les asocian conceptos diversos —algunos, curiosos— (reflexivos, comprometidos, poéticos, “templadistas”), pero lo que resulta indiscutible es su relevancia y carácter, incluso a escala hispanoamericana. Un país de actuales 3,4 millones de habitantes marcó la segunda mitad del siglo XX con al menos un par de voces hasta hoy libres de óxido, distinguibles en su impronta más allá del cauce musical al que alimentaron, y a la vez emancipados entre sí en estilos propios. Si Daniel Viglietti (1939-2017) representó el compromiso con su tiempo desde la tradición, Alfredo Zitarrosa (1936-1989) aparece como la estampa impecable de aquella elegancia autoral que puede mostrar intensidad profunda incluso desde las más sobrias formalidades. Tienta ordenar tras su estela al montón de compatriotas suyos que desde similar confianza en la potencia suficiente de la guitarra, la palabra y la voz han conseguido en las últimas décadas hacernos pensar sobre aquella inasible marca de la cantautoría de Uruguay. Pero son demasiadas las diferencias entre las canciones de Jorge Drexler —por lejos, el más exitoso y global de la lista—y las de Martin Buscaglia; las de Ana Prada y Franny Glass; de Fernado Cabrera o Estela Magnone. Ingeniosas unas, emotivas otras. Más o menos aliadas a la electrónica. Acá o allá del folclor. Y entonces acaso corresponda decir que, tratándose del cancionero uruguayo, lo que otorga distinción parece estar precisamente en la peculiaridad extrema que cada propuesta esculpe e instala. Lo (extremadamente) personal es, en su caso, colectivo.

Vuelve a Chile este mes Juan Wauters, probablemente el único cantautor de guitarra acústica que puede estar cómodo en un show en la discoteque Blondie y en cartel compartido con una banda como Ases Falsos (sábado 22). Sus recitales previos en Santiago han mostrado ya que el nativo de Montevideo (y residente hace dos décas de Nueva York) tiene la pachorra y el atrevimiento para defender una batería de canciones tan seductoras como imperfectas. Ni en el canto, ni en el baile ni en la poesía Wauters parece particularmente dotado. Voz nasal ocupada en descripciones de asuntos sin importancia. Sonido en baja fidelidad ajeno a cualquier sofisticación. Presencia escénica categóricamente desprolija. Y, sin embargo, su en vivo es inolvidable. Wauters es el antiDrexler. Cómo es que lo consigue: pregúntenle a Uruguay.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.