Eduardo Sacheri: “La época de la lucha armada la miro con tristeza, no la veo con nostalgia ni romanticismo”

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Eduardo Sacheri

El escritor argentino, autor de La pregunta de sus ojos, habla de su nueva novela, Nosotros dos en la tormenta. En ella narra la historia de dos amigos involucrados en la lucha armada en Argentina en los 70, y el modo en que sus acciones afectan su entorno, su familia y a las víctimas. Fue un período de violencia y enfrentamientos. "Ellos pusieron la consecución de la victoria por encima del valor de la vida", dice.


Ernesto deja la casa operativa de su célula. Recibió autorización del líder del grupo para visitar a sus padres. En la calle se mueve con extremo cuidado, cerciorándose de que no lo siguen. Es el año 1975 en Argentina y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) está en la clandestinidad, combatiendo por la revolución. Después de largos rodeos, llega a las tranquilas cuadras de su barrio. Entonces recupera su identidad: Ernesto vuelve a ser Alejandro. En el living de su casa lo reciben su madre que desconoce su vida clandestina, y su padre, que sabe de su militancia y teme e intuye que la tragedia está a la vuelta de la esquina.

Es un año turbulento. El ERP y los Montoneros, ambos en la clandestinidad, se enfrentan al Ejército y al gobierno de Isabelita Perón. Las versiones oficiales dicen que los militares están masacrando a la guerrilla, pero ellos confían que vencerán. Así se lo dice Alejandro a su padre, en los añosos sillones del patio de la casa: “Qué te crées? ¿Que un pueblo decidido es tan fácil de derrotar, así como así?”.

Más tarde, cuando Alejandro se va, el padre reflexiona en solitario: “¿Habrá algún futuro en el que este presente cobre algún significado?”. La aventura revolucionaria del hijo lo angustia, y ruega que aquella no haya sido su última visita. “¿Tengo el derecho a desear el fracaso de tu sueño?”, se pregunta. Y la duda más grande: “Si existe un futuro donde podemos, nomás, sentarnos a recordar este presente. O si en cambio estamos al final de la película, sin nada, o casi nada, que nos separe del agujero negro de tu muerte”.

Esto es parte de Nosotros dos en la tormenta, la nueva novela del escritor Eduardo Sacheri, la historia de dos amigos que se involucran en los movimientos armados de los años 70 en Argentina. Alejandro integra los cuadros del ERP, y su amigo Cabezón es Antonio entre los Montoneros. Junto a ellos están las familias, los compañeros, la universidad, la vida estremecida por las luchas revolucionarias.

Profesor de historia, Sacheri ya había visitado los años 70 en La pregunta de sus ojos, la novela adaptada exitosamente al cine por Juan José Campanella. Si aquella se ambientaba en la dictadura, ahora explora en el año anterior a la llegada de los militares al poder.

-1975 es el año más fuerte de las organizaciones armadas; es el año en el que más miembros activos reclutan, el año que más operativos armados llevan adelante y cuando más cerca se sienten de cumplir sus objetivos. Remarco lo de que se sienten porque probablemente un análisis más frío y desapasionado le pondría muchos signos de pregunta a esa certeza. Pero la certeza la tienen y se manejan en consecuencia. Todavía no han padecido la brutal represión que sufrirán en la dictadura militar, que va empezar unos meses después, a principios del 76 -cuenta desde su casa a través de Zoom.

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Estructurada en torno a las cuatro estaciones, la novela transcurre durante un año. A través de diferentes puntos de vista, relata la historia desde el interior de los movimientos, sus operativos, sus dudas y sus disputas de poder. También, retrata el modo en que estas acciones afectan a su entorno y a las víctimas.

“Esto no es una joda. Esto es una guerra popular, prolongada y revolucionaria”, dice Alejandro a su amigo. “Y enfrente tenemos a un enemigo muy pesado. Y si vos vas a andar con dudas…”. Y Cabezón responde: “¿Ahora resulta que no se puede dudar?”. Alejandro lo tiene claro: “El tiempo de dudar ya pasó. Ya quedó atrás. ¿O vos te pensás que si te levanta por la calle la yuta se va a poner a dudar? ¿O si te los topás en medio de un enfrentamiento van a dudar?”.

Nos son tiempos para medidas tintas, piensa también Claudia, la guerrillera de los montoneros. Ella “no le hace asco ni a la calle ni a los fierros”, y sin embargo, siente una atadura “pequeñoburguesa”: quiere recibirse de arqueóloga. Así, tolera las soporíferas clases en la facultad de Mendiberri, un dinosaurio al que no le interesan estos sobresaltos. Ella le discute: “Eso que usted llama sobresaltos es el tren de la historia. Y a ese tren hay que subirse. Porque los que no quieren subirse son tan enemigos nuestros como los que nos tiran tiros desde abajo”.

Eduardo Sacheri le dedica la novela a su padre, por el tiempo que tuvieron juntos y “por esa única vez que te vi llorar”, anota al inicio.

-Uno de los detonantes de la novela es un recuerdo muy fuerte que tengo de mi padre en 1974, recibiendo por teléfono una noticia terrible en relación a un familiar vinculado con este período y con estas acciones y poniéndose a llorar. Fue la única vez que vi llorar a mi padre, claro que murió apenas cuatro años después. Para mi percepción de niño y con la idealización que yo sentía por mi padre, esa imagen fue fuertísima para mí y, claro, nunca pude hablar con él de eso.

No lo habló con él pero finalmente lo supo y lo guarda en el círculo familiar. A partir de ese recuerdo, Sacheri investigó, leyó libros y conoció testimonios. Y basándose en estructuras y dinámicas reales, escribió una novela que se mueve en las aguas de la ficción.

Su aproximación es desde lo íntimo, no desde la gran historia...

Me interesan las personas comunes y corrientes, aún en contextos que tienen muy poco de comunes y corrientes, es decir, estos chicos son miembros de organizaciones armadas que están ejecutando un montón de acciones revolucionarias en la clandestinidad, pero al mismo tiempo son personas comunes y corrientes, porque casi todos seguimos siendo eso, salvo tal vez esas otras personas que toman lugares de poder, y esas alturas a mí no me interesan. En general, en cualquiera de mis novelas, me interesa reflejar momentos históricos, pero no personajes históricos. Y hay otro motivo para eso, que es que manejarme con esos personajes pequeños me da mucha más libertad.

Después de su investigación en la época y el mundo de los grupos armados, ¿qué lecciones saca?

No sé si me atrevo a sacar lecciones, pero sí yo creo mucho más en los lentos cambios de la negociación, del acuerdo, de la conversación, de las vías pacíficas. Pero bueno, eso no tenía por qué importarles a los revolucionarios, que 50 años después yo tienda a preferir otros mecanismos en los que confío más y que me parece que dan mejores resultados en el largo plazo. Pero aún hoy muchos podrían decirme ‘Sacheri, usted es un tibio y un burgués que confía en instituciones que están corrompidas’. Me parece bien la discusión, lo que me parece mal es no poder discutir.

Vencer o morir

¿En un ambiente de tanta politización, la amistad puede superar las diferencias, incluso las dudas?

Yo creo que sí, en el fondo me parece que nuestros vínculos muchas veces están sometidos a tensiones, pienso no solo los de amistad, los de una pareja también están sometidos a tensiones, y en todo caso una cuestión siempre abierta, siempre problemática, y que tiene distintas resoluciones es si esas tensiones romperán un vínculo o no. Pasa con los vínculos familiares también. En este caso elegí que mantuvieran su vínculo pese a esas turbulencias, y me pareció que uno de los dos se permitiera esas dudas le daba un poco más de color emotivo a lo que hacían, porque en sus compañeros de célula no existen esas dudas y en su amigo tampoco.

Es un contexto de mucha ideología y de convicciones utópicas: vamos a derrocar el capitalismo, le dice Alejandro a su padre.

En 1975 esa era la sensación que los dominaba, la inminencia de su triunfo. Y siempre es interesante un discurso y una mirada blindada frente a la realidad; es al mismo tiempo muy interesante y muy trágica, por eso lo pongo al padre del lado de afuera, desesperado de miedo, ¿estás loco?

¿Pudo comprender la idea del vencer o morir, de dar la vida por la causa?

Creo que sí, y creo que se trató de una época donde el valor de la vida individual estaba supeditado al logro de determinados sueños, tanto la vida propia como la vida ajena. La vida humana, me parece que claramente estaba puesta en un segundo término y con un criterio sacrificial. Era algo válido como sacrificio, tanto la vida propia como las vidas que podían arrebatarse en pro de la consecución de esos objetivos.

En la novela hay ajusticiamientos y bombas que explotan en la calle, ¿la vida no valía si no era en relación al fin?

Me parece que ellos colocaron otros valores, básicamente la realización de su programa y la consecución de la victoria por encima de ese valor de la vida. Y dentro de su manera de ver el mundo, eso cuadraba. No creo que desafinara con ese gran sueño, con esa gran utopía detrás de la cual ellos se desplazaban. Yo puedo estar en desacuerdo, pero no me parece incoherente.

¿No es una metodología que comparta?

No, no. Pero no importa. Es que traté de que para el caso de la novela no importase. No sé si lo logré... Pero por eso aspiro a que si alguien no está de acuerdo conmigo, pero sí está de acuerdo con esos personajes, pueda recorrer la novela y sentirse identificado con ellos, con sus sueños, con sus objetivos y con sus métodos, sin que mis propias ideas lo obstaculicen o lo condicionen. Ese sería mi deseo, sinceramente.

Sí podríamos convenir que fue una época que causó mucho dolor

Yo creo que sí. Te contesto que sí, y me los imagino a ellos respondiéndome ‘Sacheri, pero esta sociedad injusta en la que vivimos también genera mucho dolor. No te lo provoca a ti, pero también genera mucho dolor’. Fíjate cómo introduzco a nuestra conversación a mis personajes, y en todo caso, yo les diré a mis personajes en esta conversación de cuatro que tenemos en este momento, bueno, muchachos, déjenme a mí elegir qué dolores prefiero. Y si tengo que elegir qué caminos tomar para intentar mitigar esos dolores, ahí sí no coincidimos en los caminos que nos parecen más eficientes.

En esta guerra también pagan inocentes, ¿o no hay inocentes?

Hablás de una palabra fuerte que es la inocencia. Y puedo traer a otro de los personajes a la conversación, al coronel que sobrevive al ataque a su casa y puede preguntarnos ‘disculpen, escuché que hablan de inocencia. Yo soy un miembro del Ejército argentino, ¿de qué soy culpable? ¿De ser miembro del Ejército argentino?’. De ningún modo quiero contradecirte, pero sin ninguna duda estos dos chicos dirán ‘sí, sos culpable de ser parte de un ejército represor y eso te vuelve culpable...

Mujeres en armas

En la novela aparece una guerrillera: ¿fue algo que encontró en la investigación o quiso darle representatividad a las mujeres?

Sí, lo hice porque lo encontré en la investigación. No eran mitad y mitad, eran más o menos un tercio de mujeres y dos tercios de hombres. Y traté de ser lo más fidedigno, no me hubiera parecido bien meter tantas mujeres solo porque hoy la cuestión de las mujeres es importante. En aquel tiempo la guerra revolucionaria fue un ambiente de vanguardia en cuanto a la inclusión de mujeres, por eso lo introduje.

¿Eran mujeres que venían del feminismo?

Te contesto más como profesor de historia: te diría que vienen de esa clase media que era muy sólida en la Argentina, con aspiraciones de ascenso social muy marcadas, y con una inserción en el estudio universitario muy fuerte. Había muchas chicas estudiando en la universidad en los años 60 en la Argentina, y como el ámbito de la universidad fue un ámbito de reclutamiento privilegiado para las organizaciones armadas, eso se reflejó en que había muchas mujeres. Me parece que su inclusión en la política fue mucho más importanta para ellas que su reivindicación feminista en ese momento.

¿Ud cómo recuerda esos años?

Yo era niño y por mi entorno familiar, mi entorno social, el entorno político en el que se movía mi familia, tenían una mirada muy crítica en relación a las organizaciones armadas y había una fuerte cautela a nivel de cuidado cuando salgas, cuidado si hay un auto detenido con varias personas adentro. Eso lo hablé con mi mujer y con algún amigo en nuestra adultez y todos teníamos la orden explícita si íbamos caminando por la vereda, no patear paquetes que hubiera en el piso, porque podían ser bombas. Era un miedo omnipresente, de que podía haber una bomba en cualquier lado. Lo estoy describiendo como mito, pero me parece interesante citártelo como ya para esa época la mirada social en relación a la guerrilla en general distaba de ser empática, solidaria, compañera.

¿Hoy cómo mira esa época?

La miro con tristeza. Mi mirada es una mirada entristecida, no es una mirada nostálgica. Viste que la nostalgia suele rescatar valores positivos por encima de los negativos, habitualmente cuando uno es nostálgico hace esa operación. Yo no soy nostálgico con respecto a ese periodo, no siento que haya sido un tiempo cargado de promesas o de buenas posibilidades, por supuesto que claro, después vino un periodo tan horrendo como el de la dictadura, que en comparación el de la dictadura es peor, pero eso no me hace romantizar la época de la lucha armada. No la veo con romanticismo. No creo que nos hayamos llevado bien.

En un punto, Alejandro y su padre discuten: “Somos del pueblo”, dice él. “Qué van a ser el pueblo. Son cuatro gatos”, le dice el padre. ¿Estaba ya la pregunta por la representatividad?

Claro, era una de las grandes discusiones: “Somos una vanguardia esclarecida que conducirá al pueblo”. Ellos podrían decir, ‘bueno, los bolcheviques que tomaron el palacio de invierno también eran cuatro gatos locos y mirá lo que terminó pasando’. Pero sí es verdad que esta idea de legitimarse en relación al pueblo, en relación a somos el pueblo, en 1975 era bastante evidente que no funcionaba.

En la novela, la mirada del padre es muy importante. ¿En esas reflexiones están de algún modo las suyas como padre?

Sin duda. Tanto mi hija como mi hijo son veinteañeros, o sea, están en esa edad. Indudablemente los temas que me preocupan, que me interesan sobre sus vidas, son mucho menos dramáticos, mucho menos trágicos, que los que enfrentan ese padre y esos jóvenes, pero sin duda, esa parte de mí como padre, alimentó esa mirada en particular. Esto de ser padre de hijo de veinte años, me parece que tiene mucho de retirarse a la periferia, preocuparse y resignarse a esa periferia. Entonces es un aprendizaje, siempre doloroso, siempre incompleto, pero siempre interesante.

En un momento el padre recuerda cuando leía cuentos a su hijo, y dice que se imagina aún abrazándolo en medio de la tormenta

Esa tentación que muchas veces tenemos de proteger a nuestros hijos, aún a su pesar, y aún en contra de su voluntad, en una situación así de extrema, y así de sin retorno, creo que debe haber sido muy fuerte.

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