Un iceberg y una epopeya que no fue: la curiosa historia de la cinta acerca de Chile en la Expo Sevilla 92

Filmada en el viaje que hace 30 años trasladó un pedazo de la Antártica hasta España, Sueños de Hielo (1993) frustró a aquellos que esperaban un registro que documentara la gesta detrás del pabellón de Chile en la feria. Siguiendo su impulso, el cineasta realizó una "película marina" que se inspiró en la literatura de Joseph Conrad, Bruno Traven y Francisco Coloane, y que se muestra en una función especial este 26 de noviembre en Fidocs.


La Exposición Universal de Sevilla de 1992 serviría para múltiples propósitos. Para Chile, que cumplía dos años con Patricio Aylwin como Presidente, era la oportunidad de marcar un hito que podría refrescar la imagen internacional del país tras el término de la dictadura y llamara la atención de potencias e inversión del extranjero.

Para España, país anfitrión, era una inmejorable ocasión para destacar en el panorama europeo, justo cuando se conmemoraban 500 años desde la llegada de Cristóbal Colón a América (La Era de los Descubrimientos fue el lema de la feria).

La primera idea que Ignacio Agüero consideró se alineaba con esa fecha. La cámara estaría abordo del buque y luego registraría algunos momentos en territorio terrestre. “Quería filmar el continente con el propósito de llevar imágenes a España como imágenes que se devuelven después de 500 años, como diciendo: esta es hoy la colonia”, señala a Culto el cineasta de Como me da la gana (1984). Sin embargo, debido a su alto costo el proyecto se volvió “irrealizable”, según recuerda hoy.

El director ajustó su plan mientras iba en alta mar. En el interior se la embarcación se encontraba el témpano extraído de la Antártica que sería la estrella del pabellón de Chile en Sevilla, posteriormente foco de elogios y críticas. Y el largo recorrido que les esperaba hasta llegar a Europa ofrecía nuevas posibilidades que terminarían dando forma a los 55 minutos de Sueños de hielo, el primer largometraje que hizo en los 90.

“Quedamos con la cámara mirando al hielo dentro del buque, y ahí surgió entonces esta idea de un marinero encerrado en una navegación. Lo que hicimos fue recurrir a literatura de mar. Terminó siendo una ‘película marinera’ a partir de esa literatura”, explica, citando autores como Joseph Conrad, Bruno Traven y Francisco Coloane.

Evoca con especial énfasis a La línea de sombra (1917), la novela corta de Conrad sobre el paso de la juventud a la adultez, y El barco de la muerte (1926), de Traven. “Las conocí a propósito de estar trabajando en esta película, fueron un descubrimiento”, admite. “Más o menos, el protagonista de Sueños de hielo podría ser muy parecido al protagonista de La línea de sombra, en cuanto a lo que experimenta”.

Enigmática y libre, la cinta generó reacciones encontradas entre los principales involucrados en la delegación nacional. El cineasta señala que no le agradó a Fernando Léniz, comisario general del proyecto designado por Aylwin.

“No le habría gustado porque no reflejaba la epopeya ingenieril chilena de instalar un hielo en el hemisferio del norte. Él se imaginó un documental institucional sobre la ingeniería chilena. Eso no me interesaba para nada”, expresa, agregando que “también la vieron otras personas, como Eugenio García (director creativo), que no tenía una expectativa especial, sino que vio lo que vio, y eso le gustó mucho”.

Sueños de hielo -que se exhibirá este 26 de noviembre en el Paseo Bulnes, en una función especial de Fidocs- nunca estuvo interesada en documentar lo que se viviría durante la exposición universal. No obstante, a su autor le llamó la atención el apuro que enfrentaron las organizadores cuando, en la previa a la inauguración, el sistema de frío sufrió desperfectos.

En un reciente artículo de La Tercera, Guillermo Tejeda, director artístico del proyecto, recordó que Agüero habría dicho: “Parece que el iceberg está llorando”.

Tras lanzar una carcajada, el cineasta señala: “¡Qué buena imagen! Porque la verdad es que lloraba día y noche sin parar. El subterráneo de la instalación era una tina gigantesca llena de agua”.

“La idea de Léniz de una epopeya ingenieril chilena era un poco ridícula, sobre todo porque no resultaba. El iceberg se negaba a estar ahí, quería deshacerse. Entonces era muy bonito tomarlo como un reclamo de la naturaleza ante esta operación. La naturaleza se resistía”.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.