Alejandro Zambra: “A veces hay que hacerles caso a los hermanos chicos”

El narrador y poeta chileno estuvo en la Feria Internacional del Libro del Biobío, como parte de las actividades. En charla con Culto, se refiere a la llegada al poder de Gabriel Boric, debido a lo comentado de su columna en CIPER. Cree que el triunfo electoral, de alguna manera es la llegada al poder de todo lo que vio en su paso por la universidad y de una generación que no pretende "domesticar la ambición".


En su corazón anida la poesía, por eso no es extraño que Alejandro Zambra Infantas haya participado en la presentación del libro El viajero sin vuelta: Antología personal de Gonzalo Millán, de Carlos Decap, durante la Feria Internacional del Libro del Biobío. En la ocasión recordó al autor de La ciudad, uno de sus poetas favoritos, como consta en su novela Bonsái, que empieza con esta cita de Millán: “El dolor se talla y se detalla”.

Zambra -quien reside en Ciudad de México desde 2017- pudo pisar suelo chileno tras el tiempo más duro de la pandemia, aunque en rigor ya estuvo en nuestro país a fines del 2021 para presentar presencialmente su novela Poeta chileno (2020) en la Feria del Libro de Ñuñoa. Además, la semana pasada estuvo en la librería Metales Pesados también estampando su rúbrica para quien quisiese, junto a su esposa, la escritora mexicana Jazmina Barrera, quien también fue requerida por numerosos lectores.

Tras bajarse del escenario Gonzalo Rojas (curiosidad: así se llama también el protagonista de Poeta chileno, Gonzalo Rojas, aunque en algún momento decide llamarse al revés, Rogelio González), al aire libre, en medio de los pastos de la U. de Concepción, y cuando enero entibia la tarde de la octava región, Zambra nos hace una seña. Es hora de almorzar, elige una pizza y ningún bebestible. Luego, con el reposo le consultamos, ¿qué te deja el poder conversar con la gente que lee tus libros?

Con su parsimonia habitual, Zambra responde: “Es hermoso, uno escribe sin pensar en esos intercambios breves, pero cuando suceden es muy bacán. La gente ha sido tan cariñosa”.

¿Algo que te quede de lo que te comenta la gente?

Mucho, pero me lo guardo, lo atesoro. Me da vergüenza hablar de estas cosas. Es muy satisfactorio, entonces corro el riesgo de chochear. Me emociona pensar que esta novela, para algunos, interrumpió un poco la cuarentena y el eterno toque de queda chileno. La novela salió justo cuando empezó la pandemia, pero circuló, hizo su vida, y ahora es una carta que tardé años en escribir pero que mandé y que fue recibida. Qué más se puede pedir.

Matar al padre

Nos movemos desde los pastos a un pequeño rincón ubicado bajo el campanil. Ahí, Zambra saca un cigarro enrollado por él mismo (“dejé de fumar, pero no en Chile”, dice) y escucha las preguntas. Queremos hablar sobre la comentada columna que publicó en CIPER un par de días antes de las elecciones. Con la segunda vuelta encima, Zambra le dio un giro inesperado a las disputas políticas en el interior de las familias, historiando sus propias discusiones políticas con su padre.

No son asuntos ajenos a Zambra. El tema de la paternidad y los hijos -los chicos que se criaron en dictadura- ha cruzado su literatura, en especial a partir de Formas de volver a casa, Mis documentos y Facsímil, y también Poeta chileno es, en parte, una novela acerca de los enfrentamientos generacionales. En esa clave, Zambra aprieta la tecla del recambio, del hecho que una generación sub 40 llegará a La Moneda a partir de marzo.

Dices que es una renovación que pasaba por otros lugares, no lo ves solo como algo etario.

Creo que es el triunfo de una sensibilidad que estaba ahí, desde hace décadas, ninguneada pero visible. Todas esas causas medio perdidas, solitarias, toda esa rabia, toda esa melancolía, dejaron su huella. En los días posteriores al estallido, al caminar por el centro de Santiago o de Maipú, pensaba “esta es mi facultad, pero en todo el país”. De verdad lo sentía así, era una confusión muy viva y persuasiva. En 1994, cuando entré a estudiar a la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile, la discusión acerca de la legitimidad de la violencia, por ejemplo, era pan de cada día. Y ya se hablaba, por supuesto, de feminismo, ya leíamos poesía mapuche y empezábamos a discutir el canon. Eran discusiones a veces susurradas, a veces gritadas, desordenadas, pero solidarias, porque podías hablar con cualquiera en el patio y combatir o confirmar la desconfianza o la desesperanza. Mientras respirábamos ese aire lacrimógeno, quizás pensábamos que el mundo nunca iba a sintonizar esas causas, pero veintitantos años después consiguieron volverse masivas. Eso es simplemente hermoso.

En la columna que escribiste para Ciper hablas, entre otras cosas, de la derrota de tu generación. ¿Piensas que el triunfo de Boric se debe a que es la generación que sí “mató al padre”?

Claro, mataron al padre, y también consiguieron inventarse otros padres y madres y hermanos y hermanas mayores. Pero habría que ir más allá de la idea de triunfo o de la idea de fracaso. Para nosotros, cuando niños, era difícil distinguir el silencio del silenciamiento, y a veces también era difícil distinguir al padre del dictador. Era todo muy vertical, muy gritado, muy angustioso. La infancia en cierto modo siempre es una dictadura de los padres y a nosotros nos tocó vivir esa dictadura en el interior de otra dictadura. La generación siguiente creció en un mundo solo un poco menos desolador. Y buscaron interlocutores, que es algo tan necesario. Y cuando fueron rechazados y se rieron de ellos, porque es una generación que ha sido y sigue siendo muy caricaturizada, fueron capaces de armar sus propios partidos, sus propios movimientos, sus propias maneras de conversar. Buscaron referentes, construyeron otros diálogos, fueron más inteligentes y menos resentidos que nosotros. Y más autocríticos. Eso me impresiona de esta generación, su vocación autocrítica. Nosotros también lo éramos, lo somos, pero ellos entendieron el poderío de la autocrítica, su potencial transformador, eso es nuevo. No me refiero solamente al hábito de reconocer públicamente sus errores, sino a un deseo de reinvención permanente.

Vicente, uno de los protagonistas de Poeta chileno, tiene una foto de Camila Vallejo en su pieza.

Claro, una de Camila Vallejo y otra de César Vallejo. En la novela es el verano de 2014 y Vicente tiene fe en los liderazgos que despuntan, aunque también desconfía del sistema. Era el momento en que Camila Vallejo y Gabriel Boric y Giorgio Jackson y Karol Cariola, los líderes estudiantiles, daban ese paso, por supuesto muy criticado, hacia la política institucional. Aceptaron un desafío que parecía inmenso y que sigue siendo inmenso, ahora más que nunca. Esa generación ha venido cambiando, desde el 2006, desde el 2011, la medida de lo posible, y eso hay que agradecerlo. A veces hay que hacerles caso a los hermanos chicos. Hay mucho que hacer y mucho que pensar acerca de esto. Hay mucho relato pendiente, muchas contradicciones fértiles, decisivas, que aún estamos por descubrir. Mucha literatura de la buena.

¿Crees que tu generación debió tener más protagonismo en las decisiones de poder?

Seguro, pero de qué poder estamos hablando. Para mí, lo más interesante de este momento, pensando en Boric pero también en la Convención, es el deseo de purificar o depurar la noción misma de poder. Legitimarlo, por supuesto, pero también despersonalizarlo, colectivizarlo. Esa idea, que Boric repitió más de una vez en campaña, de terminar su periodo con menos poder del que tendrá al asumir, es extraordinaria, sobre todo en boca de un presidente electo.

En la misma columna también tocas el tema de la experiencia, y citas una frase que la gente que vive fuera del país, suele escuchar: “Tú no estabas aquí para el estallido”. ¿Cómo ha sido seguir los hechos ocurridos desde el 2019 hasta ahora viviendo en México?

A veces es raro, a veces doloroso, pero siempre aleccionador. Mi plan era mexicanizarme sin deschilenizarme, pero ha sido posible solo parcialmente, la mayoría del tiempo sigo sintiendo que todo sucede especialmente en Chile, sobre todo a partir del estallido. Pero no quisiera ser nunca el chileno que vive afuera y cree entender todo lo que pasa en su país. Igual de pronto todo me parece parte de un mismo movimiento o de una misma sacudida. La extranjería, el estallido, la pandemia, el cambio climático, la paternidad, la nueva constitución, en fin, ha sido un tiempo repleto de preguntas que me interesa contestar y hasta de problemas que me interesa tener. Volver a pensar en el lenguaje, por ejemplo, en la educación, en el humor, todo de nuevo.

La vida privada de los poetas

Partiste escribiendo poesía y en Poeta chileno le haces un homenaje entrañable a la poesía nacional, ¿qué piensas cuando el presidente electo se muestra como un asiduo lector de poesía?

Más allá de sus lecturas puntuales, mi impresión es que Boric es una persona especialmente atenta a los desafíos que plantea la literatura. Para los lectores esa disposición es muy natural, porque no leemos para quedar iguales, para confirmar lo que ya pensamos, sino para reconocernos y a la vez desconocernos en pensamientos provocadores, o para experimentar la extrañeza de sentirnos en casa en espacios ajenos. El tipo de conocimiento que permite la literatura es muy valioso, muy especial, pero también muy difícil de definir, por eso los poderosos a menudo la ignoran, si es que no la desprecian. Andan puro buscando citas citables, frases para el bronce, la instrumentalizan, nada más. Me gusta sobre todo que Boric no entienda la cultura ni la literatura como decorado ni como mera escenografía. Al contrario, su interés es genuino, eso se nota.

Decías en tu columna que eres un presidente frustrado.

No, decía que todos somos presidentes frustrados… ¿Tú no?

¿Has pensado en volver a publicar poesía?

Sí, ¡siempre! Ahora le doy vueltas a un libro que se llama Hoja de respuestas, a veces pienso que está listo, otras veces lo desarmo un poco, lo tergiverso, quizás lo echo a perder. Igual siempre me pasa que parto escribiendo una especie de poema y luego empiezo a traducirlo y paso de largo y lo traduzco demasiado y sale una novela.

¿Qué te encuentras leyendo por estos días?

He estado leyendo a Bruno Schulz y he releído muchas veces Chicas en tiempos suspendidos, de Tamara Kamenszain; To write as if already dead, de Kate Zambreno. Mugre rosa, de Fernanda Trías; Piña, de Gonzalo Maier; Este es el bosque, de Eunice Odio; Placeres permitidos, de Adam Phillips. En general he aprovechado de conseguir libros que hacía tiempo buscaba, como Safari de Pablo Toro, o los libros nuevos de Mario Verdugo o de Rodrigo Ramos Bañados. Teoría del polen, de Victoria Ramírez. Una luz sin borde, de Milagros Abalo. Preguntas al sur de fantasía, de Wenuan Escalona. Aunque estos días no he podido leer mucho más que los libros que leemos con mi hijo. Anoche leímos varias veces unos poemas hermosos de Damsi Figueroa.

Termina la plática, como dirían en México, Zambra se pone de pie, anda con un bolso con el que parece un profesor universitario rumbo a su clase de chascones alumnos. Pero camina a un encuentro con los lectores en uno de los escenarios de la feria. Este 2022 va a haber traducciones en inglés de sus libros. De hecho, el 15 de febrero aparecerá Poeta chileno en inglés, vía Viking, en Estados Unidos, y en marzo, en Inglaterra vía Granta. En el gigante del norte se reeditarán Bonsái, La vida privada de los árboles y Mis documentos. Y en Brasil, hace poco salió un volumen llamado Ficção 2006-2014, quinientas páginas que reúnen el trabajo de Zambra desde Bonsái a Facsímil.

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