Cuando Fidel Castro visitó Chile en 1971: crónica de un viaje entre aplausos y cacerolazos

Archivo Histórico / Cedoc Copesa

Durante 24 días, el líder de la revolución cubana visitó el Chile de Salvador Allende, en medio de la tensión entre las dos vertientes de la izquierda local. Su periplo -hace 50 años- generó protestas e incomodidad por la extensión. Pero también postales como un partido de básquetbol en el norte, o haber bajado a las minas del carbón. Quienes estuvieron cerca del cubano recuerdan esos días históricos.


“Un saludo cortito, chico, porque estoy bajo el protocolo”, comentó entre risas un relajado Fidel Castro a los periodistas que le pidieron una declaración para Televisión Nacional, apenas bajado del avión soviético Ilyushin que voló directo desde La Habana a Santiago. Ese caluroso miércoles 10 de noviembre de 1971, el líder de la Revolución Cubana iniciaba una visita oficial al país, en principio de diez días -después extendida a 24-, que además marcaba su primer viaje a un país latinoamericano.

Al bajar del avión, vestido con su icónico uniforme verde olivo, Castro recibió el abrazo del Presidente de Chile, Salvador Allende Gossens, quien acudió hasta el aeropuerto de Pudahuel encabezando una comitiva oficial, que incluía a ministros, subsecretarios, líderes de los partidos de la Unidad Popular, además de la primera dama, Hortensia Bussi, y el cardenal Raúl Silva Henríquez. Todo, mientras atronaba una salva de 21 cañonazos lanzada por los efectivos de la Escuela de Aviación, en honor del invitado.

La llegada de Fidel generó interés a nivel masivo. El entusiasmo fue tal, que un grupo de gente intentó llegar hasta el visitante al momento del aterrizaje del avión. “Una multitud derribó alrededor de 15 metros una empalizada de la parte norte e invadió la losa intentando superar el dispositivo de seguridad el que debió movilizarse urgentemente”, detalla la crónica de La Tercera publicada el jueves 11.

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“Él llegó a Chile como un héroe -recuerda José Antonio Viera-Gallo, por entonces subsecretario de Justicia, quien estuvo esa tarde en Pudahuel-. Yo creo que la recepción a Fidel Castro, multitudinaria, fue sólo comparable a la que se le dio al Papa Juan Pablo II en la época de Pinochet. Fue una cosa muy masiva, muy grande”.

La euforia generó entre los asistentes algunas reacciones insólitas. El popular periódico Clarín (“firme junto al pueblo”), señaló que en el terminal aéreo al entonces subsecretario de Economía, Óscar Guillermo Garretón, lo confundieron con el mismo Fidel. Al otro lado de la línea, cincuenta años después, Garretón no puede contener las risas. “Jajaja no me acuerdo, ¿me confundieron por la barba?”.

Pero, el también exdirigente del MAPU acota que por esos años bullía el entusiasmo por el proceso que se llevaba adelante en la isla caribeña. “Era un momento en que la Revolución Cubana estaba en su auge, en que la figura del Che Guevara encandilaba sobre todo a muchos jóvenes, y su muerte también contribuyó a eso”.

Tras salir del aeropuerto, pasadas las 17.30 horas, la comitiva de Fidel enfiló hacia la embajada cubana, ubicada en la calle San Patricio, en Vitacura. En el recorrido quedó en evidencia la reacción polarizada de la gente hacia el invitado: la prensa consignó vítores, banderas agitadas y aplausos entre quienes esperaron en San Pablo, Mapocho y Avenida José María Caro; rechiflas y gestos de reprobación por parte de los vecinos de la sede diplomática, apostados en las aceras.

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Una visita entre dos almas

Más allá de la política, el sorprendente Unión San Felipe de Luis Santibáñez se encaminaba a conseguir el título del fútbol local; el poder judicial hacía historia al nombrar a la abogada Fannie Leibovich como la primera mujer ministra de la Corte de Apelaciones; y otro ilustre invitado llegaba al país, aunque pasó inadvertido. “Francois Miterrand, que no era presidente de Francia todavía, sino que era secretario general del PS francés -recuerda Viera-Gallo-. La verdad es que su visita fue opacada por la de Fidel Castro. A muy poca gente le importó”.

Fidel llegó a Chile en un momento favorable para el gobierno de Allende. “En noviembre de 1971 la oposición estaba en el suelo -detalla Alfredo Sepúlveda, profesor de la Facultad de Comunicación y Letras de la Universidad Diego Portales-. La UP había obtenido mayoría absoluta en las municipales de abril. Había un aumento general del poder adquisitivo, los efectos de la inflación aún no se sentían y la carestía y el desabastecimiento aún no mostraban su rostro. La derecha casi no existía, Patria y Libertad era solo un montón de exaltados sin fuerza política”.

Pero en las páginas de los diarios, se daba cuenta de algunas tensiones. “Fidel aterrizó en un país sacudido en ese momento por dos ácidas polémicas: el rechazo frontal de la oposición a que la Compañía Papelera fuera nacionalizada e integrada en el Área Social y el conflicto en la Universidad de Chile, donde aquellos días hubo enfrentamientos violentos en las facultades de Derecho e Ingeniería”, detalla el periodista e historiador, Mario Amorós.

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Sepúlveda explica que la visita del líder cubano se pudo gestar por una serie de factores: “Cuba estaba totalmente aislada en Occidente. Castro viajaba solamente a los países comunistas. Era un paria en las democracias occidentales, Cuba había sido expulsada de la OEA y todos los países del sistema interamericano habían roto relaciones con ella -Chile, eso sí, contra su propia voluntad, en 1964, aún bajo la presidencia de Jorge Alessandri-. De modo que una de las primeras cosas que Chile hizo con el gobierno de Allende fue reestablecer las relaciones diplomáticas”.

Asimismo, añade el escritor: “Castro había venido enfrentándose públicamente a Eduardo Frei Montalva por años, ya que la DC estaba alineada totalmente con la administración demócrata de Johnson. Después de los sucesos en El Salvador, donde varios mineros resultaron muertos con balas de Carabineros y el Ejército, Castro dijo de Frei que prometió una revolución sin sangre y lo que obtuvo fue sangre sin revolución”.

Pese a todo, en la izquierda chilena -tal como en otros momentos- habían encontradas visiones sobre el proceso. “Hacia el segundo semestre del 71 emergían así las ‘dos almas’ de la izquierda -explica Sepúlveda-. El ‘Poder Popular’, que habitaba en el PS, el Mapu, después en la Izquierda Cristiana y, fuera de la UP, en el MIR; y la ‘vía chilena al socialismo’ empujada sobre todo por el PC, unas minorías en el PS y en el MAPU, el aparato del gobierno y el propio Allende”.

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Por ello, el visitante debió maniobrar. “Fidel Castro, icono junto con el Che de la lucha armada revolucionaria en América Latina, fue muy respetuoso con la ‘vía chilena al socialismo’ en sus discursos, entrevistas de prensa y multitudinarios debates -señala Mario Amorós-. En los encuentros con estudiantes de varias universidades, sacerdotes de izquierda, campesinos, mineros, obreros o dirigentes de la CUT tuvo que responder a las preguntas insistentes sobre si el proceso chileno era ‘reformista’ o ‘revolucionario’, dos términos que en el imaginario de la izquierda de la época estaban separados por un abismo moral y eran objeto de apasionadas polémicas”.

En la oposición, sin embargo, no había dos opiniones y cuestionaron la visita desde el primer momento. “A mí no me parece bien esta visita -señaló el entonces vicepresidente del Partido Nacional, Patricio Mekis, a La Tercera-. No creo que la Cuba de Fidel Castro pueda ser un buen ejemplo para ningún país ni menos para Chile”. Mientras, desde la DC, su vicepresidente, el senador Osvaldo Olguín, apuntó al gobierno. “La Unidad Popular tratará de obtener el mayor provecho político posible de esta visita”, aseguró.

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Canapés en La Moneda y reuniones reservadas

A las 09.30 de la mañana del jueves 11 de noviembre, Fidel Castro se reunió con Salvador Allende en La Moneda, en la primera actividad oficial con el líder cubano. Sin embargo, a las 19.20 horas de ese día se dio inicio a la recepción de gala en el Salón Rojo del palacio de gobierno. Participaron 400 personas, entre ellas, el Cardenal Raúl Silva Henríquez quien se acercó a Fidel y le dijo: “Lo tengo presente en mis oraciones”. Castro lució su uniforme de gala, también verde olivo, con camisa blanca y corbata negra ¿El menú? Clarín detalló: champaña, vino chileno, ponche, canapés, pisco sour y martini.

Una multitud se congregó frente al Palacio, y a eso de las 20.30 horas, ante el clamor popular, Allende y Castro se asomaron en el balcón que mira a la calle Moneda para saludar a la enfervorizada masa. Fue tanto que posteriormente tuvieron que volver a asomarse. Luego, Castro bajó para saludar a la gente en la Plaza de la Constitución.

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Fue en esa recepción en que Jorge Arrate, entonces director de Codelco, pudo conocer a Castro. Así lo recuerda al teléfono con Culto: “En la recepción que hizo el Presidente Allende en La Moneda, me presentó a Fidel otro personaje inolvidable, el edecán naval Arturo Araya Peters, quien fue asesinado poco tiempo después. Fidel estaba en un salón rodeado de gente, Araya me vio que yo estaba mirando y me dijo ¿Quiere que se lo presente, señor Arrate?, Claro, comandante, le dije. Entonces, él abrió camino y me lo presentó”.

¿Cómo era Fidel? Arrate aún lo recuerda: “Era un hombre alto, de piel muy blanca, barba enteramente negra y con un uniforme muy elegante”. Por su parte, el ex senador Jaime Gazmuri, entonces dirigente del MAPU, cuenta: “Fidel era una figura muy carismática, con gran energía. Era muy locuaz, daba la impresión que no escuchaba, pero escuchaba. Tenía una memoria extraordinaria”.

La jornada de arribo también tuvo otra ceremonia. A las 11.01 horas, Castro caminó desde La Moneda al monumento a Bernardo O’Higgins. Ahí, y con los sones del himno de Yungay, depositó una ofrenda floral al padre de la patria. En la ocasión, lo acompañó el jefe de la guarnición de Santiago, el general Augusto Pinochet. Mario Amorós señala al respecto: “Alejandro Ríos Valdivia, ministro de Defensa entonces, recordó en 1985 que la muchedumbre se abalanzó sobre el cordón policial con la intención de llegar a tocar al revolucionario cubano. En aquellos momentos ‘Pinochet no se preocupaba más que de defender a Fidel Castro…’”.

Ya con la recepción, se dio el puntapié inicial al itinerario de Castro por Chile. Aunque también hubo espacio para reuniones reservadas junto a partidos políticos afines a la UP. Una de ellas, fue con la comisión política del MAPU en la embajada de Cuba.

Garretón aún recuerda esa reunión: “Fue fundamentalmente colectiva, en la cual aparte de expresarle la solidaridad con la revolución cubana, de manera delicada y cuidadosa le planteamos nuestra visión de lo que debía ser el proceso chileno, ya conscientes que habían diferencias o matices, eso al principio no era tan claro”.

“La reunión fue super amable, si no era una reunión para pelear con él, era un invitado de la Unidad Popular, una figura de enorme prestigio que todos respetábamos mucho. Entonces no hubo ninguna pelea, al contrario, fue muy respetuosa”, agrega.

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Jaime Gazmuri también estuvo en ese encuentro. “Ya lo conocía -explica-. Había estado en una larga conversación con él en Cuba, como dirigente del MAPU. Se acordaba de mí y de Eduardo Aquevedo, quien me había acompañado a Cuba, y ya no estaba en la dirección del MAPU. ‘Ah, sí, tú venías con Aquevedo’, me dijo. Se acordaba casi de toda la delegación”.

Fidel también se reunió con el MIR, movimiento que no formaba parte de la Unidad Popular, pero que tomaba la idea de la vía armada para realizar la revolución, como ocurrió en Cuba. Andrés Pascal Allende, uno de sus dirigentes, recuerda ese momento: “Efectivamente, junto con Miguel Enriquez y otros miembros de la comisión política del MIR realizamos reuniones con él, en la embajada de Cuba. En esas conversaciones intercambiamos opiniones respecto a la visión que teníamos de lo que estaba ocurriendo en Chile. Los avances, las dificultades y los peligros que estaba viviendo el proceso”.

Básquetbol, salitreras y Chuquicamata

Tras saludar a las personas que se congregaron a la entrada del Hotel en que pasó la primera noche en Antofagasta, Fidel inició su recorrido por regiones. “En el norte, fue un gran recibimiento -recuerda Carlos Ominami, quien lo acompañó como parte de la escolta asignada por el MIR-. Hubo una reunión en el Gran Hotel de Antofagasta a las 6 de la mañana, con militares, y la fascinación de los militares con Fidel, ¿ah? Fidel era encantador, sabía de todo, venía con el tremendo prestigio de la revolución cubana bastante intacto”.

Desde la costa, el líder cubano subió hacia la pampa, en un trayecto que demoró más de lo previsto. La prensa de entonces reparó en un detalle. “Los permanentes cambios de itinerarios -hechos por razones de seguridad- determinaron que decenas de periodistas le perdieran la pista”, apunta una crónica de La Estrella del Norte en su número 1.670.

Se trataba de una decisión estudiada. “Había una gran preocupación por su seguridad, porque había sido objeto de decenas de intentos de atentados -explica Carlos Ominami-. Venía con una escolta grande, decenas de personas. Pero ellos también necesitaban el apoyo de chilenos. Fui designado por el MIR para ser parte de eso, hice el viaje al norte”.

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Acompañado del ministro de Minería, Orlando Cantuarias, Fidel visitó las oficinas salitreras de María Elena y Pedro de Valdivia, donde se reunió con los trabajadores y el administrador. “Él era una persona que absorbía mucho, que le interesaba saber todo, quería saber de la minería, la pesca, todo”, recuerda Jaime Gazmuri.

Pero también había espacio para la camaradería. La noche cerrada del desierto sorprendió a Fidel en María Elena. Para distenderse, se organizó un improvisado partido de básquetbol en que un equipo liderado por el cubano, más los edecanes militares y el líder del MAPU, Rodrigo Ambrosio, desafió a otro integrado por los periodistas que cubrían la gira ¿cuál ganó? el equipo de Fidel, por tres a dos. “Fue jugado con mucha espontaneidad y sin protocolo. Incluso en dos ocasiones, Fidel cayó al suelo”, detalla la crónica que el corresponsal Fernando Reyes escribió para La Tercera.

Al mediodía del 14 de noviembre, el primer ministro cubano arribó hasta el mineral de Chuquicamata donde fue recibido como una estrella. “Cuando llegó la comitiva con Fidel a la cabeza, el jolgorio fue general”, cuenta el reporte de La Estrella del Norte. Su interés por conocer el lugar no era casual; habían pasado un poco más de cuatro meses desde la nacionalización de los yacimientos de la gran minería del cobre y deseaba imponerse del proceso en terreno. “Se mostró vivamente interesado en conocer detalles sobre la forma de explotación de la mina que tenía la anterior empresa y cuáles son las deficiencias descubiertas ahora”, se lee en el mentado artículo.

La siguiente parada fue en Iquique. Allí, Fidel visitó las industrias pesqueras, los astilleros, y a bordo de una lancha, llegó hasta la boya que marca el lugar del hundimiento de la Esmeralda. También se reunió con el equipo chileno campeón mundial de caza submarina, y cómo no, pronunció un extenso discurso en la Plaza Prat. La prensa detalla que hacia la noche, en la Casa del Deportista, se jugó la revancha del básquetbol; el equipo de Fidel volvió a ganarle a los periodistas. A la mañana siguiente tomó el vuelo rumbo a Concepción.

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Una visita que se vuelve incómoda

Veinticuatro horas antes de la llegada de Fidel Castro al país, la prensa informó que su visita estaba fijada por diez días. A la mañana siguiente, se confirmó que esta se extendería por cinco más. Sin embargo, hacia el 24 de noviembre, La Tercera tituló una nota: “Informan que Fidel se queda hasta diciembre”. Un tiempo de estadía sin precedentes para una visita oficial.

Aunque en sus primeros momentos la presencia de Fidel había generado entusiasmo, el paso de los días comenzó a generar ruido. “Todos nos empezamos a sentir incómodos con la prolongación extrema de la visita de Fidel, que recorría el país arriba y abajo -recuerda Garretón-. No solo el Presidente, todos los partidos de la Unidad Popular estaban incómodos con la visita tal como se había hecho”.

Por su lado, Carlos Ominami plantea: “Lo que me impresiona, y ahí hay una crítica en buena onda, pero crítica al fin y al cabo al Presidente Allende, que no se atrevió a decirle que era un exceso, desde ese punto de vista, creo que al final la visita hizo daño”.

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Una visión que comparte Jaime Gazmuri. “Yo advertía que en La Moneda no hallaban cómo decirle que ya era suficiente -recuerda al otro lado de la línea-. Del partido lo acompañó prácticamente toda la gira Juan Enrique Vega, que fue embajador chileno en Cuba, muy amigo mío. Juan Enrique tenía la difícil tarea de insinuarle al comandante que ya estaba bueno con la gira, cosa que le cargaba a Allende, no era fácil”.

El exdiputado Antonio Leal también lo recuerda: “A mi juicio, la visita de Fidel Castro terminó siendo dañina para Salvador Allende, porque fue muy larga, y no hay ningún presidente del mundo que vaya a un país por 24 días”.

Al igual que Ominami, Leal también sostiene que la visita le causó mella al gobierno de la UP. “Porque se vio como una injerencia de Fidel en los asuntos internos chilenos, cosa que no se produjo, pero tenerlo 24 días opinando sobre el proceso chileno era incómodo para cualquier gobierno. La extensión terminó siendo dañina para el gobierno de la UP, en un momento en que se estaba consolidando en su instalación”.

¿Por qué se fue alargando? “Lo que pasa es que todo el mundo quería que Fidel fuera a su comuna, no había ninguna región de Chile que no pensara que Fidel tenía que ir -explica Leal-. Entonces la visita se fue alargando porque llegaban peticiones a La Moneda de sindicatos, de Magallanes, Aysén, del norte. Todo el mundo se daba cuenta de que era un hecho histórico, que nunca más iba a volver a Chile”.

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En esa misma línea lo analiza Alfredo Sepúlveda: “Poco se repara en que diez días ya es una enormidad de tiempo para una visita de Estado. Se alargó 14 días más por la voluntad de Castro y porque, efectivamente, al menos en el mundo de la izquierda, la visita fue tan popular que las peticiones para que visitara lugares eran muchísimas. Fue absolutamente improcedente, reñido con toda tradición diplomática vigente”.

Para Sepúlveda el alargue también pasó por las intenciones propias de Castro. “A mi juicio Castro veía en Chile un territorio revolucionario, o en preparación a serlo. Un territorio raro, pues no se había llegado al punto de que su visita fuera posible por la fuerza de las armas, sino a través de procesos legítimos de una democracia ‘burguesa’. En mi parecer, él se queda más tiempo porque supone que Chile será importante para Cuba porque será la próxima revolución, y él quiere jugar un papel importante en ella. Quiere tantear el territorio, conocer a la gente y ser parte de lo que viene a futuro”.

“Allende es un revolucionario”

El 17 de noviembre, la comitiva llegó a Concepción. En la capital del Biobío, su primera actividad fue un diálogo con los estudiantes universitarios en el Foro de la Universidad de Concepción. Allí, Fidel pudo ver el choque de las “dos almas” de la izquierda. La federación de estudiantes estaba controlada por el MIR. No era extraño. El núcleo fundador del movimiento -con Miguel Enriquez y Luciano Cruz- se había originado en la ciudad. Castro tomó el micrófono y dijo: “A mí me interesa hablar de lo que les interese a ustedes, así que estoy a disposición de ustedes y que empiecen las preguntas”.

La Juventud Socialista hizo llegar una pregunta crucial: “Se dice que este gobierno es reformista, ¿Considera usted que la vía chilena es un camino revolucionario que nos llevará a la patria socialista?”. Algo molesto, Castro respondió: “Y si digo que no, ¿cómo me puedo quedar aquí?”.

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En el lugar, el entonces líder de la federación de estudiantes de la ciudad y miembro del comité central de las Juventudes Comunistas, Antonio Leal, recibió a Castro. Al teléfono con Culto explica lo ocurrido: “El MIR acusaba a Allende de ser un reformista y no un revolucionario, algunos lo acusaban de amarillento. Fidel Castro dijo, rechazando esas afirmaciones del MIR, que Allende era un gran revolucionario. Fidel consagró a Allende como un revolucionario y no como un reformista, como lo hacía ver el MIR. Esto fue en medio del acto, incluso eso produjo cierta molestia en Fidel”.

Según consigna la nota de La Tercera, Castro señaló: “En Chile está ocurriendo un proceso revolucionario”.

En la zona, Castro además visitó las industrias. Primero, la siderúrgica Huachipato, luego, las minas del carbón en Lota. Ahí ocurrió un hecho que Antonio Leal aún recuerda: “Él quería bajar al pique minero, habían perplejidades porque era arriesgado no solo hacer bajar a Fidel, sino que a cualquier líder político del mundo en las condiciones en que bajaban los hijos del carbón a las minas, era un riesgo”.

Pese a las reticencias, enfundado en un buzo y con el tradicional casco con lámpara, Castro bajó 480 metros bajo el nivel mar, directo al pique, como señala la nota de La Tercera: “Así comprobó la realidad de los mineros del carbón y sus condiciones de trabajo, las cuales calificó de ‘durísimas’”. Fidel bajó a las 07.50 de la mañana, y retornó a las 09.20 horas.

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Posteriormente, Castro tomó el avión para dirigirse a Puerto Montt, ciudad que visitó junto a Salvador Allende. Luego, estuvo en Punta Arenas, donde estuvo con los trabajadores petroleros de Tierra del Fuego. Después, emprendió el vuelo de regreso a la zona central: Rancagua, Santa Cruz, y finalmente Santiago.

De vuelta en la capital, Fidel reanudó las actividades. El 29 de noviembre por la mañana visitó la sede de la CEPAL y pasado el mediodía, se trasladó hasta la Universidad Técnica del Estado (la actual USACH), acompañado de Allende, donde fue recibido en el frontis por el rector Enrique Kirberg, quien lideraba el proceso de reforma en la casa de estudios. Parte de la visita se registró en el documental Compromiso con Chile (1972), realizado por el Departamento Cine y TV UTE con dirección de Fernando Balmaceda.

Bajo el sol abrasador de noviembre, Fidel habló a la multitud de estudiantes y académicos reunidos en el lugar. “Estuvo en la explanada, en una especie de balcón que hoy día no existe -recuerda Emilio Daroch, por entonces encargado de departamentos de la Federación de Estudiantes- Era un tipo maceteado, alto. Lo vimos de cerca, pero había un sistema de seguridad muy especial y no te permitían acercarte mucho. Pero un chico le tiró una bola de béisbol, él la recogió, se la firmó, y se la tiró de nuevo”.

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La jornada fue acompañada por la música del conjunto Inti-Illimani, formado por estudiantes de la UTE. Por entonces, el director musical de la actual sección Histórica del grupo, Horacio Salinas, era alumno de ingeniería química. “(Fidel) fue a visitar la Universidad en la mañana, hubo un acto ahí y nosotros cantamos unas canciones -cuenta a Culto-. Lo tuvimos a metros de distancia, recuerdo que lo saludamos”.

¿Qué tocaron en esa tarde? “No recuerdo, pero en aquel entonces, tocábamos ‘El aparecido’, una canción de Víctor Jara. Tocábamos instrumentales como ‘Tatatí’, una melodía muy simbólica, tocábamos ‘Alturas’ -detalla el músico-. De todas maneras debimos haber cantado esas, o ‘Simón Bolívar’. Aunque por la característica del invitado, debieron ser temas más de lucha política”.

Con el ruido de las cacerolas y un estadio sin llenar

“¡Con la verdad, con la verdad, con la verdad; con la razón, con la razón, con la razón; con la moral, con la moral...con la moral!”, dijo Fidel Castro con su flamígera oratoria ante una enfervorizada multitud de mujeres en el Estadio Santa Laura, el 29 de noviembre. Recibido por la senadora socialista María Elena Carrera y la diputada comunista Mireya Baltra, Castro dio un discurso en plano dialogante. “Cada palabra de Fidel fue seguida por las mujeres con gritos de aclamación, de aprobación y de aplausos combativos”, reseña la nota de Clarín, al día siguiente.

Al final, entre vítores, Fidel recibió una serie de folklóricos regalos por parte de las mujeres. “Alcanzamos a divisar manteles, paneras, estandartes, afiches, banderas, platos de cobre”, señala la nota de Clarín.

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Eran los últimos días del líder cubano en nuestro país, y su acto de despedida estaba programado para el 2 de diciembre, en el Estadio Nacional. Pero, el día anterior del acto en el coloso de Ñuñoa, se produjo una protesta opositora en el centro de Santiago, la llamada “marcha de las cacerolas vacías”, a raíz del creciente desabastecimiento. Mario Amorós explica que esta “fue protagonizada por las mujeres de la derecha y la DC, escoltadas por los militantes de Patria y Libertad, que terminó con violentas algaradas”.

Según medios de la época, la protesta convocó no menos de 200 mil mujeres, que a su vez enfrentaron violentas contramanifestaciones que dejaron un centenar de heridos y cinco personas baleadas. “Decenas de miles, una interminable columna, decidida, acompañada por el ritmo metálico de sus herramientas de cocina desfiló en una marcha que comenzaba en la Plaza Italia, compacta, y se extendía sin interrupción hasta Miraflores con Alameda”, detalla la crónica de Las Últimas Noticias.

Para Alfredo Sepúlveda, esas manifestaciones fueron catalizadas a consecuencia de la visita de Fidel. “Las protestas callejeras de mujeres de derecha y de la DC contra Fidel Castro, al final de su larga visita, dinamizaron a la oposición y posibilitaron la alianza DC-Derecha, que fue la base de lo que vino en los dos años siguientes”.

El debate político en el país comenzaba a caldearse. De hecho, durante la misma visita de Castro se produjeron manifestaciones contra él. “Hubo un momento tenso cuando fuimos a Valparaíso -recuerda Carlos Ominami-. Habían contramanifestaciones, la escolta tenía material pesado, no era chiste. Andábamos con los autos, los Fiat 125, y en una camioneta iba el armamento pesado, lanzacohetes, ese tipo de cosas. En un momento, paramos y sentí que podía haber un cierto riesgo de enfrentamiento. No pasó nada”.

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En ese ambiente ya crispado, Fidel Castro fue despedido en el Estadio Nacional. En la ocasión hablaron él y Salvador Allende. “Estuve ahí, no estaba lleno -recuerda Ominami-. Eso tiene que ver con el despropósito de que Fidel se quedara más de 20 días en Chile. Fue un total exceso y se fue desgastando. Tan así que si el recibimiento fue apoteósico, la despedida fue más bien triste”.

José Antonio Viera-Gallo también estuvo presente esta tarde. “Se veía que el estadio no estaba lleno, se advertía que la visita había sido demasiado larga y provocaba demasiada controversia”.

A Garretón le quedó el recuerdo de lo que dijo el cubano en el Estadio Nacional. “De manera más o menos clara expresó sus dudas sobre el proceso democrático chileno y la necesidad de ir a unas formas de acción más insurreccionales o ligadas a la tradición cubana de lucha armada”.

Incluso, Viera Gallo hace un paralelo. “Si tú oyes los dos discursos, claramente el discurso de Allende es como una respuesta a Fidel, porque él hizo como un ataque a la democracia, habló de la ‘democracia burguesa’ y así. En cambio Allende hizo una defensa del proceso democrático”.

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En un momento Allende señaló: “Que lo sepan, que lo oigan, que se les grabe profundamente: defenderé esta revolución chilena, y defenderé el Gobierno Popular porque es el mandato que el pueblo me ha entregado, no tengo otra alternativa, sólo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el Programa del pueblo”.

Luego fue el turno de Fidel: “Nos preguntaron en algunas ocasiones —de un modo académico— si considerábamos que aquí tenía lugar un proceso revolucionario. Y nosotros dijimos sin ninguna vacilación: ¡Sí! Pero cuando se inicia un proceso revolucionario, o cuando llega el momento en un país en que se produce lo que podemos llamar una crisis revolucionaria, entonces las luchas y las pugnas se agudizan tremendamente. Las leyes de la historia cobran su plena vigencia”.

Fidel Castro se fue del país a las 9.19 horas del 4 de diciembre. La nota de La Tercera del día siguiente señala que no más de 50 personas fueron a despedir al cubano, quien, antes de abordar el avión soviético Aeroflot exclamó: “¡Me voy muy emocionado!, ¡volveré!”. Claro que ese retorno recién se produjo en 1996, en el marco de la VI Cumbre Iberoamericana de jefes de Estado. Ahí pisó las calles de Santiago nuevamente.

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