Columna de Matías Rivas: Volver a Mark Fisher

El ensayista británico Mark Fisher, autor de Realismo capitalista.


Leer a Mark Fisher implica conversar con un tipo obsesivo, melancólico y erudito. Incluso, sensible y articulado y, por momentos, insoportable. La fascinación por elucubrar sobre sus emociones subyace a todo lo que escribió y dijo. Vuelvo a sus libros buscando intuiciones que me permitan descifrar la realidad. Quizá nunca habían sido tan pertinentes. Consideraba que no hay elección ante la ideología del mercado. La tarea de la izquierda, entonces, residiría en proyectar posibilidades, salidas parciales a una situación social poco piadosa con los fracasados, es decir, con las mayorías sin otro horizonte que el trabajo agobiante para subsistir. Sostenía que la turbación de vivir en un mundo sin futuro era una consecuencia del imaginario que el neoliberalismo despliega, el que modela nuestras conciencias y caracteres. ¿Cómo fugarse de esas ficciones? Revisar las grietas fue su opción intelectual.

Tal vez a Fisher le habría entusiasmado ver cómo se desplaza el poder. Especialmente marcado por el resentimiento, un tema que lo involucraba en lo más íntimo. Bueno para nada es un texto que interpretó a muchos y, a la vez, una confesión única. El estilo nervioso, sus repliegues, la búsqueda del detalle revelador y el ingenio están trenzados en sus teorías. La incomodidad, la melancolía y el deseo imperioso de superar el capitalismo, al que le reconoce una inclinación abusiva, sin embargo inevitable. Las pocas obras que dejó antes de quitarse la vida el año 2017 -Realismo capitalista, Los fantasmas de mi vida, Lo raro y lo espeluznante, además de los tres volúmenes póstumos que recopilan el material de su blog K-Punk- explican la génesis de las transformaciones que estamos viviendo en la cultura y la política.

El control biológico de la sociedad, la llamada biopolítica, estaba dentro de sus inquietudes. Era un lector puntudo del estructuralismo francés. Tomó de Michel Foucault esa hebra con sagacidad. Reiteradamente describe las consecuencias del flujo de tecnología en la esfera privada y médica. “La salud mental es un problema político”, es una de sus máximas. En un breve texto sobre Spinoza y la neurociencia, escribe: “Ahora vemos por qué el devenir inhumano es lo que más conviene a la humanidad. El cuerpo humano está organizado para producir tristeza. Lo que nos gusta nos puede lastimar. Lo que se siente bien puede ser veneno”.

Es atrevida, también, la disquisición que hace de las posturas dogmáticas. Ve en estas una posibilidad de resistir al autoritarismo posmoderno que subyuga a cada uno de los que se oponen al sistema. Transar sería perder. Afirmaba que “nada se vende mejor que el anticapitalismo”.

La obra de Fisher está repleta de aristas. De la totalidad, podemos distinguir las sospechas y razonamientos que pudo desarrollar, así como sus influencias y sus gustos personales. “Las únicas certezas son la muerte y el capital”, fue una de sus frases que más caló. Pero antes que nada, Fisher era un especialista en música, que reconocía en el pop la singularidad artística y las señales sociales que derivan de sus expresiones. Observaba a la banda Joy Division como la última en tener un sonido nuevo. Según él, cerró una época y desde ahí todo ha consistido en revisitar la tradición musical de fines del siglo XX. En la muerte de Michael Jackson advirtió una directa correspondencia con la crisis económica del 2008.

Reconozco que prefiero a Fisher cuando aplica al cine, la música y la literatura su talento para urdir tramas que expliquen comportamientos sociales. Entrega ensayos sobre H.P. Lovecraft, H.G. Wells y Margaret Atwood y los vincula con las películas de Stanley Kubrick, Christopher Nolan y F.W. Fassbinder. Sus lecturas articulan escenarios que seducen. En su inspiración para especular radica su osadía teórica. Cuando analiza a David Bowie es preciso: “El pasaje serial de Bowie a través de distintos personajes, conceptos y colaboradores solo anunciaba lo que siempre había sido: que el artista es un sintetizador y un curador de fuerzas e ideas”.

Lo medular que desprendo de Fisher es cómo entendió que la labor de un intelectual era rastrear fuera de las zonas de confort de la academia. Los estereotipos y tendencias influyentes están en el pop. En particular, la música y el arte y la literatura que se están creando. Más allá de su calidad estética, en lo nuevo está cifrada una reorganización del pasado que es urgente examinar. Su postura heterodoxa incluye una amplia gama de saberes, que van desde las manifestaciones underground hasta el conocimiento clásico. Esto le permitió atisbar los movimientos que hoy se manifiestan. Fisher logra hacer de la depresión y la incomodidad un punto de vista plausible, crítico y claro, que proviene de su experiencia narrada con una sinceridad que convence.

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