Werner Herzog: “El cine sigue siendo la madre de todas las batallas”

El cineasta alemán Werner Herzog, aquí en una imagen de noviembre del 2018 en Chile, se introduce en la huella de los meteoritos en la Tierra en su última película Fireball. Foto: Andrés Pérez.

El director de Fitzcarraldo estrenó su nuevo documental Fireball: Visitors From Darker Worlds en Apple TV+ y además participó vía remota en el Festival Arica Nativa. No quiere pregonar el final adelantado de las salas de cine y dice que si no hubiera pandemia podría filmar hasta cuatro películas de inmediato. "Aún no estoy derrotado", ironiza.


Cuando ya parecía que todos los lugares del mundo habían sido registrados por la cámara de Werner Herzog, desde el Amazonas hasta la Antártica y desde Corea del Norte hasta Islandia, el infatigable cineasta viajero regresa para mostrar las huellas del espacio exterior en el planeta. Aquellas marcas inmemoriales son los restos de meteoritos y los cráteres causados por sus impactos en la Tierra. Para el autor de Fitzcacarraldo (1982), los efectos de los cuerpos celestes en nuestro mundo nos dicen mucho más de nosotros mismos que lo que creemos. Esa es una de sus propuestas en el documental Fireball: Visitors from darker worlds (2020), que se estrenó este viernes en el servicio de streaming Apple TV +.

El mismo día, Werner Herzog (1942) fue el protagonista de la charla vía Zoom “Voy donde están mis historias”, que se dio en el marco del 15º Festival de Cine Arica Nativa, encuentro multicultural que concluye hoy, cuyas actividades pueden seguirse gratis y online en el portal web Aricanativa.cl. Moderada por el productor Ariel León, quien colaboró con el cineasta en el 2018 cuando estuvo filmando en la Patagonia chilena parte de su película Nomad: In the footsteps of Bruce Chatwin (2020), la clase maestra expuso nuevamente ante nuestras audiencias las voz, la energía y el rostro característico del autor de Grizzly man (2005).

Hay que recordar que a fines de 2018, el realizador alemán estuvo invitado al programa La Ciudad y las Palabras en la UC. Un día antes de la charla del viernes, también desde su casa de Los Ángeles (Estados Unidos), el director de Nosferatu (1979) conversó con Culto a través de Skype. Venía saliendo de una ronda de siete horas de entrevistas mundiales por su cinta Fireball, pero su elocuencia y entusiasmo no tenían asomo de cansancio.

-¿Cómo nació su interés por los meteoritos?

Bueno, basta con ver algunas de las imágenes que han capturado las cámaras para interesarse. Algunos de estos bólidos celestiales contienen compuestos como aminoácidos y azúcar. Es decir, podrían transportar formas de vida. También han sido importantes para crear sistemas de creencias y culturas enteras. Por ejemplo, el lugar de oración musulmán conocido como Kaaba, en La Meca (Arabia Saudita), contiene en su interior una figura conocida como “piedra negra”, que con toda probabilidad es un meteorito. Este objeto ya era adorado mucho antes de que apareciera el Islam. Por otro lado, hay culturas que consideraban que los meteoritos eran el vehículo en que los muertos se iban al otro mundo. Es, en definitiva, un tema fantástico para hacer una película.

-¿Cree que las culturas ancestrales les daban una interpretación más sabia a estos fenómenos que la de algunos científicos?

No. Por supuesto que los avances en la ciencia han descifrado muchos más aspectos que las creencias antiguas. Sin embargo, es curioso notar que los griegos y romanos sí creían que los meteoritos venían del espacio, mientras que muchos siglos después algunos pensadores de la Ilustración lo consideraban un fenómeno imposible de generar fuera de la Tierra. Evidentemente, lo tenían más claro los antiguos.

-En Fireball volvió a trabajar con el vulcanólogo británico Clive Openheimer, que ya había estado con usted en su documental Hacia el infierno (2016) y en Encuentros en el fin del mundo (2009). ¿Por qué?

Porque es más que un científico. Es, perfectamente, el codirector de Fireball. Tiene una gran sensibilidad para hallar personajes, algo que es esencial tanto en la ficción como en los documentales. Lo ha hecho así para estas películas con entrevistados como sacerdotes jesuitas de El Vaticano, con tribus en Australia occidental o con un jazzista que halla micrometeoritos en los techos de un estadio en Noruega.

-¿Debe ser difícil hallar científicos que conecten con la audiencia?

Debo reconocer que soy bueno en el casting: tengo habilidad para encontrar los protagonistas adecuados. Creo que fue el caso con Klaus Kinski como un conquistador español en Aguirre, la Ira de Dios (1972), pero también con Nicolas Cage como un detective drogadicto en Un policía corrupto (2009). En la no ficción es lo mismo. Hay que hallar el rostro humano de lo que uno quiera contar y así conectar con el público. También me pasó con Timothy Treadwell en Grizzly man (2005). Las películas documentales no son pedagogía y no son didácticas. No estamos en el colegio. Hablamos de gente real, de seres humanos.

El vulcanólogo británico Clive Oppenheimer y el cineasta Werner Herzog (derecha) en una escena del documental Fireball: Visitors from Darker Worlds .

-Es famosa su desconfianza hacia los sistemas educativos, tanto en la formación básica como universitaria…

Básicamente, siempre me dejé llevar por una gran curiosidad, en el sentido de conservar la capacidad de sorpresa y fascinación por lo nuevo. Es un poco el mismo motor que mueve a los científicos. Creo que eso está en todas mis películas, hasta la última. No hace falta ir a la universidad para hacer cine. Lo he dicho varias veces y tal vez soy la prueba viviente de ello.

-¿Qué le parece estrenar una película donde los paisajes y las grandes tomas son la norma, pero en pantalla pequeña?

Veámosle el lado bueno a las cosas. No me gusta demasiado la cultura y el hábito de la queja. Si somos honestos, desde hace al menos seis años que el streaming viene ganando bastante terreno. Estrenar una película de esta manera da la posibilidad de que no sea interrumpida cada nueve minutos por tandas comerciales como sucede con los documentales de la televisión abierta. Por otro lado, el streaming da la posibilidad de hacer obras extensas y de ambiciones épicas en el sentido de que se pueden dividir en varios capítulos de una hora o más de duración. Es la única manera de realizar una adaptación de una novela como Guerra y paz. Y, además, logras que al mismo tiempo te vean en Estados Unidos, India, Chile, Botswana o México. Lo malo de todo esto es que para mí el cine sigue siendo la madre de todas las batallas y la experiencia colectiva de la sala sigue siendo única. Pero en fin, creo que la industria ha entrado a una nueva fase, con otros sistemas de distribución. No deja de sorprenderme cómo internet popularizó mis películas: casi todas se encuentran ahí. No deja de llamar mi atención que chicos de 15 años me escriban sobre El enigma de Gaspar Hauser (1974), una película que hice cuando seguramente nacieron sus padres.

-En Chile hubo una generación que creció viendo sus películas en los cineartes de los años 80 y 90.

Claro, pero seguramente ya en el año 2000 no había películas mías en los cines, pues todo el mundo ofrecía la nueva franquicia de Star Wars o algo similar. Tuvieron que pasar otros 15 años para que mis filmes se hicieran accesibles de nuevo, pero por otros medios.

-A propósito de Star Wars, usted fue el villano en The Mandalorian, la popular serie de Disney Plus. Aparentemente, esa producción no tiene tanto que ver con su cine…

Tiene que ver con mi cine, pues su director, Jon Favreau, quien por lo demás creó toda la historia de The Mandalorian, es un seguidor de mis películas. Al darme el rol de El Cliente, me dijo que quería mostrarle a todo el mundo el rostro del creador de aquellas películas. Por eso aparezco sin casco ni efectos especiales, a diferencia de otros personajes. Por lo demás, no hice casting ni nada por el estilo. Esto se trató de una invitación y fueron sólo cuatro días de trabajo profesional en mi vida. Por eso, todo se desbalancea un poco si se habla de esta serie: son apenas cuatro días de trabajo contra 50 años de carrera, más de 70 películas, varios libros, escenificaciones de ópera y actuaciones en otras películas.

-¿De dónde viene toda esa energía, considerando que en los últimos dos años hizo tres documentales y una película de ficción?

En primer lugar, los proyectos en que trabajo suelten estar rodeados de un especial aura de vehemencia y energía interior que debo administrar bien. En segundo término, nunca filmo mucho. No soy un trabajólico. Algunos cineastas primerizos vienen a mí y me dicen que tienen 650 horas de rodaje y yo les digo que eso no tiene mucho sentido. Por ejemplo, yo apenas rodé 320 minutos para mi película Family Romance LLC (2019), que duraba una hora y media y estrenamos el año pasado en la selección oficial del Festival de Cannes. Casi no repetí tomas. Quiero decir que todo se trata de concisión y depuración. De no perder el tiempo. Por eso suelo llegar a los rodajes con un guion muy preciso. Y sobre presupuestos: con un celular puedo hacer una película para el cine de la misma calidad que la que lograría con la cámara en resolución 4K de bajo precio que compré años atrás.

Werner Herzog fue el principal antagonista en la primera temporada de la serie The Mandalorian.

-¿Siempre tiene esa claridad en el trabajo?

Sí, siempre estoy seguro de lo que estoy haciendo. Y la tecnología me ayuda. Los métodos digitales te permiten actualmente hacer un montaje casi a la misma velocidad de tu pensamiento. Usted es un cineasta viajero.

-¿No siente frustración por no poder trasladarse a diferentes locaciones del mundo debido a la pandemia?

No. En este momento hay que ser prudentes. Hay que ser cuidadosos. No tiene sentido para mí querer ir a filmar a un lugar recóndito con cientos de extras. Es un sinsentido. Tampoco importa. He escrito bastante últimamente. Este domingo terminé un libro. Es de prosa, en el estilo de lo que hice en Del caminar sobre hielo (1978) o Conquista de lo inútil (2009). Y además tengo cuatro o cinco guiones más o menos terminados de películas de ficción. Podría rodar mañana, tal vez, si no hubiera coronavirus. Aún no estoy derrotado (risas).

-Usted vive entre Estados Unidos y Alemania. ¿Cree que el individualismo estadounidense ha influido a la hora de ser el país más afectado por la pandemia?

Creo que la cultura americana se funda en buena parte en la tradición del llamado hombre de la frontera, con un hacha en el alma y un rifle en la mano. Por supuesto que ese tipo de personalidad es bastante contraria a la de un científico. Pero para mí está bien. Tampoco me gusta hablar tanto de esos temas. Vivo y estoy felizmente casado acá desde hace unos 20 años.

-Pero la reciente elección y la polarización son un tema difícil de rehuir.

Digamos que es probable que ese clima de polarización continúe por un buen tiempo más. Creo que no comenzó totalmente con Donald Trump, sino que ya venía de mucho antes. Para ser honestos, es probable que se remonte a los años 60. Pero aun así, creo que Estados Unidos tiene la capacidad de emerger ante cada crisis que ha enfrentado. En este momento está en medio de una, pero creo que saldrá bien y eso indica el resultado de las últimas elecciones. Me gustaría haber votado, pero soy ciudadano alemán. Sólo soy un invitado en este país y vivo acá, más que nada, por mi esposa.

-El cine también parece estar en crisis. ¿Cuál es su sensación?

Creo que, a la larga, las salas de cines seguirán con nosotros. Otra vez digo que es la madre de todas las batallas. Ya dijeron una vez que nadie más volvería a los conciertos cuando apareció la radio o cuando llegó internet, pero aún así muchos siguieron yendo a escuchar Beethoven, hasta ahora. Lo mismo pasará con las salas. Seguramente serán diferentes, con menos público, pero continuarán. El punto es que no se puede soslayar que todo el paisaje cultural y tecnológico está cambiando y que las formas en que un muchacho puede ver una película en casa son demasiadas.

-¿Preferiría que vieran Fitzcarraldo o Aguirre, la ira de Dios en un celular o computador?

No. Esa es una malinterpretación. Obviamente, prefiero que la vean en un cine. Sin embargo, si Aguirre no se va a poder ver en un cine en Chile dentro de los próximos 120 años, prefiero que la vean en casa, en una buena pantalla de plasma, un sistema de sonido decente, acompañados de amigos, quizás alrededor de una buena comida y bebiendo cerveza.

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