Kawabata inagotable

Yasunari Kawabata
Yasunari Kawabata

Con motivo de los 120 años del natalicio del Nobel Yasunari Kawabata, el sello Emecé acaba de reeditar ocho de sus novelas más importantes, entre ellas La bailarina de Izu, País de nieve y Lo bello y lo triste. "Los diversos traductores de Kawabata no han dejado nunca de resaltar lo especialmente difícil que es traducir sus obras", advierte el Doctor en Literatura y académico de la Facultad de Letras de la PUC, Marcelo González, que repasa para Culto la obra del hombre de Osaka.


Cuando Kawabata Yasunari (1899-1972) subió en 1968 a recibir el premio Nobel de Literatura, otorgado a un autor japonés por primera vez en la historia, se cerraba un proceso que se había iniciado cien años atrás, en 1868, cuando el Emperador Meiji dio inicio a la era —que se extendería hasta 1912— en que se abrieron las fronteras del país para relacionarse con el mundo occidental, en una decisión que tendría enormes consecuencias en todos los aspectos de la vida: comercial, social y cultural.

Esta apertura trajo, entre otras cosas, una modernización de su literatura, de la mano de la primera generación de escritores nacidos en la época, liderados por Soseki Natsume (1867-1916) y que tenía entre sus más fieles representantes a autores como Ōgai Mori (1862-1922) y Tanizaki Junichiro (1886-1965); todos escritores que hicieron sus primeros pasos en la Europa de comienzos del siglo XX y sintieron la influencia de la literatura europea y, especialmente, del modernismo literario. A su regreso, junto con Kawabata, coparon la escena literaria y la transformaron radicalmente, de tal forma que no pudieron sino continuar con la renovación de las letras de su país, en un decurso que ya no se detendría nunca.

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Yasunari Kawabata.[/caption]

La belleza

Su infancia estuvo marcada por la tragedia, lo que afectó su espíritu y le dio ese aire solitario y melancólico que se puede encontrar a lo largo de toda su obra: a la edad de 7 años, ya habían muerto su padre, su madre y su abuela. Posteriormente, vería morir a su hermana y a los 16, a su abuelo.

Tempranamente influenciado por autores como Dostoievski, Chejov y Strindberg, en 1920 ingresará a la Universidad Imperial de Tokio para estudiar Literatura Inglesa, carrera que cambiará el año siguiente por la de Literatura Japonesa. Allí comenzó a publicar sus primeros textos en el periódico universitario y ensayos en distintas revistas, en los cuales expresaba su apoyo a diversos escritores de diferentes campos y escuelas literarias.

Al egresar, funda su propia revista, Bungei-Jidai (La Edad Literaria), que girará en torno a un grupo de escritores jóvenes conocidos como la escuela de la nueva sensibilidad o Neosensacionalistas, que seguían muy de cerca las ideas del arte por el arte que se derivaron de movimientos como el impresionismo, el dadaísmo, el expresionismo, el surrealismo y el propio modernismo de autores como James Joyce y sus contemporáneos, en un intento de realzar la percepción de las sensaciones en el lenguaje narrativo y en oposición al realismo social, literatura de moda en la época. Aunque abandonó tempranamente estos credos estilísticos, durante toda su vida abogó por una literatura modernista, es decir, una literatura gratificante en lo estético y accesible para los lectores suficientemente sensitivos como para captar la pureza y la belleza de la misma. En esto —y probablemente solo en esto— coincidió con Akutagawa Ryunosuke (1892-1927) y su visión de la literatura pura.

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La portada de La bailarina de Izu.[/caption]

En 1926 publicó La bailarina de Izu (Izu no odoriko), un texto que definiría toda su obra a futuro, pues encapsula muchos de sus temas recurrentes: un énfasis en la pureza de las emociones, la soledad, el viaje y la búsqueda de la belleza.

Luego, entre 1929 y 1930, publica La pandilla de Asakusa (Asakusa kurenaidan), en donde, si bien se aleja un tanto de la temática tradicional que se puede encontrar en su obra posterior, aún están presentes temas como el erotismo y la venganza amorosa.

Ya en 1935 comienza la publicación de la que muchos críticos consideran su obra maestra, País de nieve (Yukiguni), que completaría en 1948. Esta novela terminó por consolidar a Kawabata en el ámbito literario del país, al cautivar tanto al público lector como a la crítica. La obra, que narra las tres visitas que un hombre de mediana edad realiza a unos balnearios que se encuentran en medio de las montañas, destaca por el personaje de Komako, una aprendiz de geisha, hermosa y apasionada, que demuestra el dominio que el autor posee de la psicología de sus personajes, especialmente los femeninos. Así, la obra presenta, por medio de un triángulo amoroso, su concepción de la belleza y su maravillosa capacidad de describir los paisajes evocando las emociones de los protagonistas y los lectores. Además, la escena inicial es la mejor representación de uno de los motivos clásicos de su literatura: el paso a través de un túnel —literal o metafórico— que lleva al protagonista a un universo realista, pero, de alguna manera, separado y alejado del centro, en donde sus habitantes son más puros, más genuinos, más vulnerables y, por lo tanto, más hermosos que quienes habitan el universo normal de donde provienen sus intérpretes principales.

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La portada de País de nieve.[/caption]

Expuesto a los avatares de la guerra, Kawabata vive un semirretiro que lo mantiene estudiando una de las obras que más admiraba de su país, el Genji monogatari, así como los textos de autores como Soseki y Ogai y diversos textos budistas.

Es en esta época, 1946, cuando conoce a Mishima Yukio (1925-1970), la otra gran figura de las letras japonesas, con quien lentamente establecerá una relación que irá desde ser su mentor y difusor, en un inicio, hasta una amistad verdadera y profunda que los acompaña hasta el día de su muerte. Correspondencia (1945-1970) da cuenta de esta enorme amistad y de la evolución que esta tuvo, así como de la preocupación y el respeto muto que ambos escritores se tuvieron.

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La portada de El maestro de Go.[/caption]

Entre 1942 y 1954, Kawabata publica El maestro de Go (Meijin), donde una partida de este tradicional juego se convierte en una alegoría de la confrontación que existía entonces entre la tradición y la modernidad, y que estará presente en todos los autores de la época, hasta, probablemente, el cese de la ocupación estadounidense de las tierras japonesas.

Mil grullas (Sembazuru) verá la luz entre 1949 y 1952, y se convertirá en la obra que el propio autor consideraba como su favorita: llena de un delicado erotismo, juega con las nociones de la ceremonia del té y de los conceptos del amor imposible que pueblan toda su obra, también. Mil grullas, un historia de amor y desamor, de celos y venganza, de melancolía y soledad, fue escrita en parte como una secuela de País de nieve, y en ella la compasión es llevada a un punto más allá del bien y el mal. Estas obras coinciden en envolver la narración en lo que Kawabata llamaba "retazos de sentimientos"; textos donde los diálogos y los incidentes son más importantes que la existencia de un final claro, a la manera de la literatura occidental.

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La portada de Mil grullas.[/caption]

En 1961 publica La casa de las bellas durmientes (Nemureru bijo), una obra delicada y profundamente sensual y erótica, llena de ideas en torno a la belleza y a la fugacidad de la vida debido al inevitable paso del tiempo. La obra, que Mishima consideraba su obra maestra, ha influenciado a escritores a lo largo del mundo, incluyendo al propio Gabriel García Márquez, que reconocía este texto como una de sus novelas preferidas de la vida.

Finalmente, en 1964, publica Lo bello y lo triste (Utsukushisa to kanashimi to), una obra profundamente dramática, llena de pasión, odio y venganza; una honda reflexión acerca de las formas de la belleza que representa la cúspide de la técnica narrativa del autor.

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La portada de Lo bello y lo triste.[/caption]

El 16 de abril de 1972, Kawabata, enfermo y abatido —al igual que su amigo Mishima y otros escritores como Akutagawa y Dazai—, se suicida inhalando gas en su casa a orillas del mar, sin dejar una sola nota que explicara su decisión y acallando una de las voces más importantes y representativas de las letras japonesas.

Las reediciones

Con motivo de la celebración de los 120 años de su natalicio, emecé acaba de reeditar ocho de sus novelas más importantes, precedidas de brillantes prólogos escritos por María José Ferrada y, en algunos casos, de sus traductores.

Los textos de Ferrada iluminan las obras llevándonos a un viaje que parte en su contexto y acaba en las ideas y sensaciones que las obras transmiten: se necesita a alguien que haya trabajado de cerca con la belleza de las palabras para reconocer y valorar a otro que haya hecho lo mismo. Y vaya si Ferrada lo ha hecho.

Con la sutileza que el propio autor demuestra a lo largo de su obra, Ferrada entrega lecturas y acercamientos invaluables a la hora de comprender las obras que se tienen en la mano. Lamentablemente, después de que en el año 2018 se publicara Bailarinas, primera obra traducida directamente del japonés al español, se esperaba que las celebraciones de los 120 años nos trajeran, por fin, nuevas traducciones directas que permitieran al lector de Kawabata, el que lleva años leyéndolo y aquel que se iniciará con estas ediciones, encontrarse con textos fidedignos a su sentido original. A lo largo de los años y alrededor del mundo, los diversos traductores de Kawabata no han dejado nunca de resaltar lo especialmente difícil que es traducir sus obras, debido al uso de técnicas narrativas no tradicionales, de una imaginería propia altamente alusiva, llena de juegos de palabras y símbolos japoneses tradicionales. Es decir, una obra literaria que explota al máximo la potencia que el propio lenguaje japonés contiene. Si a esto le agregamos la dificultad de que el propio autor reescribía y añadía diversos segmentos, haciendo cambios a títulos y a contenido constantemente, nos encontramos con una obra compleja, pero rica en significados y, por lo mismo, inagotable.

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