Eduardo Vilches, premio Nacional de Arte 2019: "Los comunistas hallaban pituco a Nemesio Antúnez; Balmes nunca lo quiso mucho"

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El artista de 87 años y docente de la UC, amigo de Antúnez, habla de su trayectoria como formador, del sectarismo de algunos grupos de la izquieda a inicios de los 70, y cómo tras el Golpe de Estado, su taller de grabado se volvió el más experimental.


Corría 1969 y Eduardo Vilches Prieto (1932) volvía a Chile convertido en profesor. Había pasado un año con una beca Fullbright, en la Universidad de Yale, aprendiendo la técnica de algunos de los mejores maestros salidos de la Bauhaus. Vilches, oriundo de Concepción y que partió tarde en el arte, a los 27, había tenido hasta entonces una formación netamente autodidacta. El año en Nueva York le dio un nuevo brío. Volvió a sus clases en la UC y aún más, reformó el curso de Color y el área de grabado, que lo convirtió en uno de los docentes emblemáticos de la escuela hasta hoy.

"Había una mecenas dispuesta a pagarme otro año en EEUU, pero yo quería volver. Mi destino era enseñar, si yo no hacía clases no tenía cómo vivir. No era un artista famoso que pudiera vender sus cosas, enseñar era algo obligado que me gustaba", dice.

Vilches es también autor de una obra singular, que destaca por su gran sentido de la abstracción y la síntesis. Sin embargo, el Premio Nacional, que recibió la semana pasada, lo destaca sobre todo como docente. Casado con la profesora de cine Alicia Vega, quien postuló al premio en Artes de la Representación, Vilches recibió este año el apoyo de 10 escuelas de arte.

A inicios de los 70, Vilches circuló con su obra en la escena internacional, y quedó en colecciones como la del MoMA de Nueva York, el Museo de Arte Moderno de Bogotá, de Sao Paulo y la Deutsche Bank de Alemania, pero a la larga prefirió enseñar.

¿No se arrepiente de no haberle dado mayor espacio a su faceta de artista?

Los amigos me tuvieron bien preocupado un tiempo, me enfermé del estómago y todo porque me decían que me estaba perdiendo. Pero yo tenía una familia, con dos hijos que iban al colegio, tenía que pagar cuentas y yo ni siquiera era pintor, porque ahí las obras se venden más caro. Entonces me propuse que me iba a dedicar a mis clases y las iba a hacer súper bien, y por eso mis alumnos me quieren, porque saben que soy dedicado. Para mí, la docencia ha sido una maravilla porque me ha liberado de las galerías y no vivo del grabado. Cuando vendo una obra es algo extra, un premio, yo vivo de mi sueldo de profesor.

En los 80 se hicieron famosas sus clases en la U. de Chile. Artistas como Arturo Duclos, Rodrigo Cabezas y Mario Soro lo recuerdan con cariño...

Eso fue en el mismo taller de grabado, pero yo les di mayor libertad con la condición de que tuvieran la capacidad de explicar lo que estaban haciendo. Se hicieron cosas que tenían que ver con los nuevos movimientos artísticos como el body art y las instalaciones. Yo les exigía que algo tuviera que ver con el grabado o con su condición de obra múltiple y ellos justificaban. Rodrigo Cabezas, por ejemplo, disolvió ácido nítrico con agua y le pidió a otro compañero que le escribiera un verso de Artaud en la espalda. Duclos hizo una instalación que consistía en repetir unas líneas de un poema de Nicanor Parra, y Soro era el más loco, había que ponerle atajo porque tenía una imaginación desbordante... todo eso les encantó a los alumnos porque podían hacer lo que querían y eso fue trascendiendo y en la U. de Chile nos empezaron a tener envidia por primera vez. Entonces qué maravilla que la vanguardia estaba en la UC. Aunque yo antes del Golpe de Estado estaba decidido a cambiarme a la U. de Chile.

Eso habría cambiado toda la historia porque usted es un profesor clave de la UC.

Sí, pero yo el 72 postulé a hacer clases a la U. de Chile y gané el concurso. Alcancé a hacer todo mi curso de color, pero como recién me empezaban a pagar a mitad de año, nunca me atreví a renunciar a la Católica, en eso fue el Golpe de Estado y ahí dejé la Chile y con una carta del decano que decía que me iba por propia voluntad. Ahí, le hice clases a gente que fue importante, como Carlos Leppe y Pancho Smythe, y me interesaba la U. de Chile porque ellos querían formar un departamento de gráfica.

En esos años la U. de Chile tenía a artistas de izquierda importantes como Balmes.

Claro, estaba super politizada, ahí mandaban los comunistas y estaba Balmes, la Gracia Barrios, que eran buenos artistas, pero los echaron a todos. Yo nunca tuve problemas con nadie, me invitaban a ser jurado de sus concursos, pero con Nemesio Antúnez era diferente. El era un aristócrata, aunque era la oveja negra de su familia, pero ellos lo encontraban pituco. Balmes nunca lo quiso mucho. Nemesio y también su hermano Enrique Zañartu intentaron hacer cursos en la U. de Chile , pero les hicieron la vida imposible, eran bien sectarios.

Sin embargo, usted ha dicho que se siente cercano a Nemesio Antúnez, que heredó su transversalidad.

El fue muy generoso conmigo, me quiso harto. Fue él quien me enseñó la escena santiaguina, porque yo venía de Concepción y no conocía a nadie; también me consiguió mi primer curso en la Católica, entonces yo le debo mucho. El era muy abierto con lo que sabía y así he tratado de ser yo. Es una pena que nunca le hayan dado el Premio Nacional, una injusticia. Imagínate que ese año se lo dieron a Matta, que es como si se lo dieran a Picasso, no lo necesitaba para nada, no sabía ni en qué consistía el premio. En cambio Nemesio se murió esperándolo.

¿Qué opina de quienes dicen que el Premio Nacional es como la jubilación de los artistas?

A muchos se lo han dado al final de sus carreras, es verdad, pero a otros como a Eugenio Dittborn o Gonzalo Díaz se lo dieron siendo jóvenes. Yo alabé mucho lo que dijo Díaz de que bendecía cada mes el momento en que iba a cobrar el premio, porque es así, y es bonito, no hay de qué avergonzarse, se lo merece y es un excelente artista. Está bien que el premio ayude en un momento en que la vida se vuelve cada vez más difícil.

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