Bohemian rhapsody: redimida por Malek

A la manera de la biopic clásica, la película pasea al espectador por el ascenso a la fama, las disputas intestinas, los problemas familiares y, en el caso de Mercury, la transición del artista que asume gradualmente su homosexualidad. Y así es como una película discreta se redime, al menos en parte, gracias a un protagónico capaz de robársela.


Si el oficio de crítica ya es subjetivo como pocos, los papeles pueden extraviarse derechamente cuando quien lo ejerce se enfrenta a su propio historial de fan. Le pasó a este redactor con Bohemian rhapsody, una película blandengue y simpaticona, ilustrativa y superficial, que sin embargo tiene a un protagónico tan carismático como el cantante a quien encarna. Y eso, que en otra película habría sido un pobre atenuante, acá consigue por momentos erizar la piel y humedecer los globos oculares. Cúlpese de este sesgo al fan o al nerd que habitan en el comentarista.

El más reciente estreno de la cartelera local lleva la firma de Bryan Singer, pese a que el también director de X-Men fue despedido hacia el final del rodaje, y su puesto quedó a cargo de Dexter Fletcher. Su historia es la de la banda británica Queen, desde sus orígenes, a inicios de los 70, hasta su aparición en el estadio de Wembley, con motivo de los conciertos Live Aid (julio, 1985).

Es la historia de una banda legendaria, entonces, pero ante todo es la del no menos mítico Farrokh Bulsara, mejor conocido como Freddie Mercury (1946-1991): un descendiente de indios zoroastristas que trabajaba cargando maletas en un aeropuerto hasta que una vacante en la banda Smile, liderada por el guitarrista Brian May y el baterista Roger Taylor, le dio la oportunidad de su vida. Encarnado por Remi Malek, Mercury encuentra un lugar mucho más que digno en la pantalla; los demás integrantes quedan en el rol de los músicos profesionales, buenos para la talla y conscientes de su oficio.

A la manera de la biopic clásica, la película pasea al espectador por el ascenso a la fama, las disputas intestinas, los problemas familiares y, en el caso de Mercury, la transición del artista que asume gradualmente su homosexualidad. En medio de todo, hay momentos de humor y de dolor, la mayoría pasados por el tamiz del lugar común hollywoodense.

Y así es como una película discreta se redime, al menos en parte, gracias a un protagónico capaz de robársela. Ahora, si se es o se ha sido fan, todo es más llevadero.

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