El mundo de Miguel Serrano

I

Para mi padre, la mítica ciudad de Agharti e incluso el lejano sur de los hielos inmensos, se encontraban en nuestro interior. Los que buscan afuera son los que morirán.


Mi padre no fue un hombre como los demás. Era mortal, cierto, era chileno, amaba a su familia y la tierra que lo vio nacer. Pero los límites de este mundo le quedaban estrechos, necesitaba horizontes más amplios para que su espíritu y su alma pudieran volar. Y los encontró donde otros humanos no han sabido explorar.

Viajó primero hacia los confines, hacia la Antártica, aquella isla blanca rodeada de nubes y misterio, cuando muy pocos se atrevían a visitarla. Buscó incesantemente la entrada al cosmos de la creación, pero no pudo penetrarla pues aún no había llegado su tiempo. Y recordó entonces los antiguos mitos y leyendas de los selk'nam, que llegaron desde el sur, nacieron en los hielos. Ellos supieron demasiado sobre el comienzo y el fin de las cosas. Siempre pensó que los selk'nam no se habían acabado, sólo dormían en los cerros y los hielos.

Más tarde partió a un lugar antiguo y distante, para buscar allá respuestas sobre los orígenes, en un país para el cual lo espiritual tiene un espacio primordial. Permaneció durante una década en India, donde después de medio siglo aún reverbera su memoria. Shiva siempre ejerció una enorme influencia sobre su pensamiento; buscó su rastro en el alto Himalaya y en historias legendarias de más de cinco mil años. En Shiva se encarnaba la realidad última de la felicidad y el éxtasis. Todo era completo en él pues estaba más allá de cualquier descripción, limitación de forma, tiempo o espacio. Esta profundidad - que es también la del cosmos y más allá de esa realidad -, fue un atributo que no encontró en manifestación humana alguna, por significativa o heroica que fuere. No se puede atar a Miguel Serrano a ningún personaje de la historia moderna, o incluso antigua, pues su mundo estaría por encima de todo aquello, en otra dimensión y otras eras.

Para mi padre, la mítica ciudad de Agharti e incluso el lejano sur de los hielos inmensos, se encontraban en nuestro interior. Los que buscan afuera son los que morirán. El mundo sumergido es el antiguo cerebro de los hombres-dioses, que está en nosotros pero permanece cubierto por una nueva corteza muy profunda. Con la desaparición de lo antiguo, de un viejo sol, los hombres-dioses se sumergieron en los montes, en espera de la resurrección. Todo aquello que se escapa a nuestra voluntad, los procesos automáticos del cuerpo y del cerebro, son dirigidos por esos dioses sumergidos, que están a la espera de que se apague el sol que hoy nos alumbra y regrese el antiguo sol. A su encuentro en otros universos partió un 28 de febrero, nueve años atrás…

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.