La novela gráfica del Che Guevara y su vida revolucionaria

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Inspirada en la monumental biografía escrita por Jon Lee Anderson, Che, una vida revolucionaria muestra en clave de cómic los años en que el médico argentino quiso alterar para siempre el orden del mundo.


Hay varias secuencias de la película Che: el argentino (2008) que sintetizan no solo en palabras los ideales de la revolución cubana: cuando Ernesto Guevara (Benicio del Toro) conoce a Fidel Castro (Demián Bichir), en México, y decide unirse al grupo que buscará destronar al dictador Fulgencio Batista; en los combates a punta de fusil en la Sierra Maestra; o desde las vicisitudes diarias de los revolucionarios en medio de la sierra cubana.

La mayoría de esas escenas vienen de la documentación del director estadounidense Steven Soderbergh, quien estudió la investigación del periodista Jon Lee Anderson, autor de Che Guevara (Anagrama), la más ambiciosa biografía del revolucionario, publicada en 1997, que cuenta, además de retratar al personaje, el sueño del médico argentino: "Unificar Latinoamérica y el resto del mundo subdesarrollado mediante la revolución armada para acabar de una vez por todas con la pobreza, la injusticia y los nacionalismos mezquinos que la habían desangrado durante siglos".

En Che Guevara Anderson no solo accede a los herméticos archivos del gobierno cubano: su investigación da con un secreto guardado por veintiocho años, tal vez solo documentado por la CIA: el lugar exacto donde fueron enterrados los restos del caudillo argentino.

Los oficiales que derrotaron al guerrillero más carismático del mundo quisieron negarle una tumba que se convirtiera en un lugar de peregrinación y homenajes públicos.

Esperaban que, con la desaparición de su cuerpo, se pusiera fin al mito del Che Guevara.

Sucedió lo contrario: la imagen del Che se difundió y extendió sin que nadie pudiera controlarlo. Millones lloraron su muerte. Poetas y filósofos escribieron elegías exaltadas, músicos le dedicaron obras, pintores lo retrataron en diversas poses heroicas. Guerrilleros marxistas de Asia, África y América Latina ávidos de "revolucionar" sus sociedades alzaban su bandera en el combate. Y cuando la juventud de Estados Unidos y Europa occidental se sublevó contra el orden establecido denunciando la guerra de Vietnam, sus prejuicios raciales y su ortodoxia social, la mirada desafiante del Che se convirtió en el icono definitivo de su revuelta entusiasta, aunque en gran medida vana. Si el cuerpo del Che había desaparecido, su espíritu estaba vivo; a la manera de Tupac Amaru: estaba en ninguna parte y en todas.

¿Quién era ese hombre que a los treinta y seis años había abandonado a su esposa y cinco hijos, su ciudadanía honoraria, su puesto de ministro y grado de comandante en la Cuba revolucionaria con la esperanza de iniciar una "revolución continental"? Y, ¿qué había impulsado a este hijo de una familia aristocrática argentina, con título de médico, a tratar de cambiar el mundo?

La novela gráfica Che: una vida revolucionaria (Hueders/Sexto piso), ofrece una respuesta más allá de la rigidez histórica, novelando la época de Guevara en la selva cubana, desde el desembarco de la guerrilla de Fidel en Cuba, a bordo del legendario Granma, hasta la decisión del Che de abandonar el país.

Y lo hace sin descuidar la angustia de la madre en Buenos Aires, ni la expresión de su rostro cuando fue nombrado por primera vez "comandante Che": cuando la novela empezó, hace 170 páginas, se silenció la habitación. Todos los personajes me resultaron luminosos y claros. Sobre todo Guevara, de quien nos sentimos compañeros de armas, cuidando sus espaldas, con ganas de evitar su salida de la isla. Ahí el trazo de José Hernández, el caricaturista mexicano encargado de ilustrar el proyecto, es más bien realista, caracterizando a un tipo dispuesto a sacrificarse en todo momento, rodeado del zumbido de las balas y un calor tan húmedo que casi se puede tocar.

Guevara, que fue lector de Dumas y Jack London, admiró tanto a Sartre como a los primeros bolcheviques y por supuesto a Castro.

En sus viajes por el continente siempre cargó sus libros de Marx y por supuesto sus diarios, desde donde salieron las ideas que conocemos de su formación política, siempre a contrapelo de cualquier forma de imperialismo.

Tal vez su carta de despedida a Fidel, escrita cuando estaba decidido a llevar la revolución armada hacia otras latitudes, lo explica mejor: "En los nuevos campos de batalla llevaré la fe que me inculcaste, el espíritu revolucionario de mi pueblo, la sensación de cumplir con el más sagrado de los deberes: luchar contra el imperialismo dondequiera que esté".

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