Columna de Patricio Ramírez Azócar: Una dosis de realidad

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Una estudiante a la que llamaremos “J” es derivada al centro de apoyo académico de su universidad, dado el riesgo de que pierda la carrera por su bajo rendimiento. En la entrevista con una profesional del centro, relata que ha consumido marihuana desde los 19 años. Afirma que la “hierba” le ayuda a ser creativa y que se enfoca más en los trabajos si tiene que trasnochar. Dice frases como que “la marihuana es más inofensiva que el alcohol”, o “tengo una buena cepa que cultivo en buena tierra, así que no es cualquier marihuana”.

Este relato conecta con una realidad muy extendida en la población de estudiantes de educación superior: el consumo de drogas está altamente presente, está cada vez más normalizado y sus consecuencias en el corto, mediano y largo plazo —aunque con grados de diferencia entre el tipo de droga y la frecuencia del consumo—, son nocivas por dónde se miren.

Los años universitarios pueden estar asociados a una alta demanda cognitiva, a un aumento de las presiones académicas o familiares por expectativas a cumplir, a mayores responsabilidades, a dormir menos, a experiencias de fracaso cuando no se avanza en los estudios, a un aumento de las libertades personales y a una mayor estimulación para divertirse y tener experiencias de exploración social. En ese escenario, el consumo de alcohol y drogas se ve facilitado y también aparece como una consecuencia negativa. De ahí que es un tema relevante de destacar en este segmento de la población.

En Chile, en el último estudio sobre el uso de drogas en educación superior (2022) dado a conocer por el SENDA, participaron 26.155 estudiantes de 43 planteles. Dentro de las cifras aparece que hay una baja percepción de riesgo con el uso de alcohol, ya que sólo el 13% cree que es riesgoso ingerir tres o más tragos por ocasión. Respecto de la marihuana, un 31,6% informó haberla consumido en el último año.

Por su parte, en el reporte de 2021 de la Encuesta Longitudinal en Salud Mental, iniciativa liderada por el Núcleo Milenio IMHAY y la Universidad de Chile, un 19% de los hombres y un 14,1% de las mujeres —de una muestra de estudiantes de primer año de carreras de esa casa de estudios—, presentaron riesgo de consumo perjudicial de alcohol, mientras que un 41,3% de los hombres y un 32,1% de las mujeres reportaron haber consumido marihuana al menos una vez en su vida.

En ese contexto, ¿qué papel pueden tener los planteles de educación superior? Si es sabido que el consumo de drogas está tan extendido en el ambiente universitario y la evidencia nos muestra lo dañino que es para el aprendizaje —entre otras cosas, por sus efectos en el cerebro—, es altamente relevante el rol que las instituciones de educación superior asuman, al menos, en la promoción de la salud y en la prevención del consumo. Por supuesto que cada una hará lo que esté a su alcance y según los recursos con que disponga, pero es claro que no pueden obviar esta realidad y hacer como que el caso de “J” fuese aislado, o como si ella nos estuviera hablando de un consumo que no ocurre los días en que asiste a clases.

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